A principios de enero murió
en La Habana, Cuba, Philip Agee, el agente de la CIA que en 1974 publicó sin
censura un libro para revelar las trapacerías de la agencia de espionaje en
América Latina y el mundo. Agee estuvo asentado en México como agente de 1957 a 1969. Luego se decepcionó del capitalismo y huyó al
socialismo soviético. Al caer la URSS, terminó sus días en Cuba.
Agee fue un agente de
campo, no un estratega. El jefe de la estación de la CIA en México en esos años
fue Winston Scott, un personaje singular que logró meterse en la vida social
mexicana. Scott se casó en México con otra agente de la CIA y logró que uno de
sus testigos fuera el entonces presidente Adolfo López Mateos y que a la
ceremonia asistieran Luis Echeverría y Gustavo Díaz Ordaz. A Agee le tocó más
bien operar acciones de desestabilización.
La CIA nació de los
rescoldos de la OSS --Office of Strategic Service (OSS), la agencia de
espionaje de la segunda guerra mundial-- en 1946, pero como Central
Intelligence Group. En 1950 se transformó en una oficina de inteligencia formal
y como CIA se fundó en octubre de 1950. La OSS asesoró a México para la
creación de la Dirección Federal de Seguridad, que a su vez había ido
evolucionando de oficina de investigaciones políticas del Estado.
Agee nunca se sintió a
gusto en la CIA. Su libro Diario de la CIA. La Compañía por dentro tuvo una
escritura dolorosa: la crisis de alguien que formaba parte del ejército privado
y de guerra del capitalismo norteamericano pero que siempre tuvo pensamientos
progresistas. Aún así, Agee participó en operaciones clandestinas de
desestabilización. En Uruguay ayudó a entrenar a los militares fascistas y en
México combatió a la izquierda socialista con vinculaciones con Cuba.
La historia de la CIA en
México no ha sido escrita. El columnista Manuel Buendía publicó muchas columnas
sobre el tema y logró revelar los nombres de jefes de la estación en México y
antes de morir las recopiló en el libro La CIA en México. Sin embargo, se trató
de un esfuerzo periodístico, no analítico. La presencia de la CIA en México fue
más allá de los nombres de presuntos agentes incrustados en el gobierno,
incluyendo a Díaz Ordaz y a Echeverría.
Pero la CIA hizo más. Fue
un instrumento de la guerra fría en México. La CIA apadrinó a los servicios de
la policía política mexicana, aunque curiosamente en su libro Agee no menciona
a nadie más que a Díaz Ordaz y Echeverría. Sin embargo, en su libro también
recoge sus dudas sobre el radicalismo progresista de Echeverría en su
presidencia y se pregunta cándidamente: “¿Echeverría rompió con la CIA?” Al
final, parece que Agee no entendió el juego de poder de Scott.
De la CIA falta por
investigar el papel de cuatro directores de la agencia que tuvieron
intervención directa en México: Allen Dulles, durante el conflicto con Cuba;
Richard Helms en la primera parte del sexenio de Echeverría; William Colby,
durante la segunda parte, la fase de la desestabilización mexicana por el
radicalismo de Echeverría; y William Casey, en los años turbulentos de Reagan y
John Gavin y la ofensiva de la CIA contra México para subordinarlo a
Washington. Y en todos esos años, la enigmática presencia de James Jesus
Angleton, director de operaciones clandestinas, hijo, por cierto, de madre
mexicana.
La muerte de Agee pasó sin pena
ni gloria. Sucumbió ante la seducción del socialismo, renunció a la CIA pero no
se refugió en la URSS. A la caída del Muro de Berlín, se le terminó su sueño.
No tuvo más lugar que Cuba, aunque ya sin participaciones activas. Murió a los
72 años, dejando su libro como testimonio de la intervención de la CIA en
México.
II
En octubre de 1966, el
agente de la CIA Philip Agee registró en su diario un dato espectacular:
“Aunque en forma indirecta,
el secretario de Gobernación (Luis Echeverría) comunicó al jefe de la estación
(Winston Scott) que acababa de ser elegido en secreto como el próximo
presidente mexicano. A pesar de que la información no se facilitó de modo
directo, el jefe de la estación no duda de que se le inició intencionadamente
en el secreto de las elecciones que se celebrarán en 1970. Echeverría es ahora
el famoso tapado que el Partido Revolucionario Institucional ha elegido por
anticipado como nuevo presidente”.
Este dato modifica todas
las percepciones de la sucesión presidencial de 1970. Y establece el papel de
la CIA en México. O, mejor aún, el papel de México en el escenario de la CIA.
La CIA había asesorado en la creación de la Dirección Federal de Seguridad como
la policía política del régimen. Y tendría dos funciones: hacia dentro, la defensa
del sistema priísta; hacia afuera, su papel de guardián de los intereses de la
CIA en el escenario de la guerra fría EU-.URSS.
En su Diario, Agee aporta
muchos datos. Uno: la oficina de supervisión de asuntos mexicanos en la CIA
tenía el criptónimo de WH/N. La oficina de la CIA en México estaba formada por
dos jefes locales Scott y suplente Joe Fisher y tenía además diez funcionarios.
La tarea de la CIA era contener a la Unión Soviética y su satélite Cuba.
México, por tanto, se convirtió en la Berlín de América: un centro de espías.
La CIA confiaba en la
policía de seguridad mexicana. Lo dice Agee en su Diario: la agencia no hacía
muchas operaciones en los países latinoamericanos porque las policías cumplían
esa tarea propia de la guerra fría. “Los servicios de seguridad mexicanos son
tan efectivos en el aplastamiento de la extrema izquierda que no tenemos que
preocuparnos por ese motivo”.
La CIA había aterrizado en
México en 1956, con el arribo de Winston Scott como jefe de la estación. Fue el
año en que comenzó el activismo de la izquierda en los sindicatos. Cuba
entonces no aparecía. Pero el Partido Comunista estaba al frente de las
rebeliones sindicales. Y ahí operó la CIA a través de la Federal de Seguridad.
De 1956 a
1968, México se convirtió en un país de inestabilidad política por el activismo
del PCM y después por la influencia de Cuba.
La CIA jugaba el papel
estabilizador. A su modo, ciertamente. La agencia realizó operaciones de
desestabilización contra la izquierda y contra el PCM. Y tenía todo el apoyo
institucional. La fusión de intereses México-EU operaba a través de la CIA: Por
eso Díaz Ordaz mantuvo relaciones con Scott y Echeverría, a decir de Agee, le
informó a la CIA desde 1966 --antes del conflicto de 1968-- que sería el
siguiente presidente de la república. Luego la CIA se metió en el conflicto
olímpico, pero no para desestabilizarlo sino para saber. Un funcionario de la
CIA fue registrado como funcionario olímpico de la embajada de los Estados
Unidos.
La DFS, Gobernación y el
aparato político priísta mantuvo buenas relaciones con la CIA hasta 1970 porque
mantenían los mismos intereses definidos por la guerra fría: contener el
comunismo, enfrentar a la URSS y frenar la influencia de Cuba. Pero en 1970
llegó a la presidencia de México el Echeverría que, dice Agee, había sido
agente de la CIA. Sus primeros meses fueron avalados por Washington. Inclusive,
Echeverría expulsó a funcionarios de la embajada de la URSS bajo el cargo de
ser espías de la KGB.
Pero llegó la ruptura.
Echeverría se alejó de EU. Y ahí terminó la relación con la CIA.
III
Hacia 1973, las relaciones
de México con la CIA habían cambiado. En ese año, Philip Agee registró en su
diario el cambio abrupto de jefes de la estación aquí y la llegada de John
Horton como jefe de la estación. Pero Echeverría presionó para que lo
relevaran. “¿Rompió Echeverría con la CIA?”, se preguntó Agee.
De acuerdo con los tiempos
políticos, Echeverría más bien modificó su mira política. Si era el candidato
de los Estados Unidos, en su campaña se alejó de los intereses norteamericanos.
Y ya en el poder, se acercó a los soviéticos a través de Cuba, del Tercer Mundo
y de la Organización de los Países No Alineados.
En 1975, adicionalmente,
Echeverría cambió las reglas de la política para la sucesión presidencial. El
sucesor ya no saldría de Gobernación --donde llevaban la relación directa con
la CIA-- sino del sector económico. La CIA reaccionó tarde y esperó hasta el
colapso de 1982 para destinar un equipo de agentes para analizar la severa
crisis mexicana.
En el periodo 1969-1984, la
CIA vio a México con otros ojos. En ese periodo pasaron por la dirección de la
CIA seis directores con sus enfoques: Richard Helms fue un burócrata, James Schlesinger no se
comprometió, William Colby fue el más intervencionista a pesar de las sospechas
de que era topo de la KGB, George Bush apenas duró un año, Stansfield Turner
fue atado por el moralismo de Jimmy Carter y William Casey transformó a la
agencia en una oficina de operaciones para las pasiones redentoristas conservadoras
de Reagan.
En México, las oficinas de
inteligencia salieron ganadoras de la lucha contra la disidencia, la izquierda
quedó derrotada, Cuba prefirió un entendimiento con Fernando Gutiérrez Barrios,
la KGB y la URSS aprovecharon la doctrina progresista de Echeverría para
meterse en México y el narcotráfico se convirtió en el nuevo poder. La Federal
de Seguridad e Investigaciones Políticas y Sociales abandonaron las tareas
políticas y quedaron al garete. Los policías profesionales se agotaron con la
represión y los nuevos prefirieron pactar con el narco.
La KGB se metió hasta el
fondo. En 1979 se publicó la historia novelada de un caso de espionaje contra
los EU que pasó a través de la embajada de la Unión Soviética en México: El
halcón y el hombre de la nieve. La anécdota ocurrió en 1974, cuando Echeverría
se había acercado a la URSS. Documentos secretos de satélites fueron vendidos a
los soviéticos en México. Ahí la CIA llegó a la conclusión de que México no era
confiable y que estaba penetrado por la KGB.
A finales de 1976 llegó a
la presidencia López Portillo y le siguió De la Madrid. Los dos se alejaron del
mundo del espionaje. Gutiérrez Barrios quedó anulado en la Subsecretaría de
Gobernación. Y la Federal de Seguridad quedó al garete. Hacia 1982 arribó a la
DFS José Antonio Zorrilla Pérez, un político que había sido secretario
particular de Gutiérrez Barrios. La DFS se salió de la vigilancia política y
pactó con el narco.
La CIA prefirió trabajar
sin la intermediación de la DFS. Hacia 1983 y 1984 se reveló un contrabando de
autos operado por Miguel Nazar Haro, ex director de la DFS y contacto de la
CIA, pero fue la misma CIA la que controló los daños. Las fugas de información
de la CIA en México a la prensa irritaron a la agencia de espionaje y usó ese
argumento para cerrar sus relaciones con la DFS. Los nombres de jefes de la
estación comenzaron a publicarse en México.
Las cosas cambiaron en
1981. La llegada de Reagan y su doctrina de seguridad nacional ideológica
contra la URSS pusieron a México en la mira. La CIA dejó de tener cualquier
colaboración con México y comenzó a atacar al país.
IV
Si México llegó a ser un
peón de la CIA y las policías operaron como subordinadas de la agencia, en 1985
ocurrió la ruptura definitiva. Ronald Reagan llegó a la presidencia de los
Estados Unidos como pieza de una operación de ofensiva militar y política
contra la URSS y sus satélites. Y México fue puesto en la mira de la CIA.
Uno de los responsables de
esa decisión fue el académico Constantine Menges, apadrinado por el senador
ultraderechista Jesse Helms para meterse en la CIA. Pero no pudo. Con Reagan,
Menges convenció a los operadores de seguridad nacional con la tesis de que
México era el próximo Irán. Lo resume en pocas líneas Bob Woodward en su libro
Velo. Las guerras secretas de la CIA:
“Menges argumentaba que
México estaba maduro paras la revolución; el gobierno era peligrosamente anti
norteamericano y anti capitalista (con Echeverría) y tenía un problema de
endeudamiento que podría llevarlo a expropiar las inversiones extranjeras. Sus
condiciones sociales eran campo abonado para la izquierda radical”.
Menges llegó a la dirección
de asuntos latinoamericanos del Consejo de Seguridad Nacional y desde ahí operó
contra México. Y en México estaba el embajador John Gavin, con la misión
especial de construir una alianza derechista contra el sistema priísta. Hacia
1984 logró reuniones con empresarios, sacerdotes y panistas.
En el periodo de 1981-1985
ocurrieron dos hechos: primero, la CIA ordenó la confección de análisis sobre
México para probar las tesis de Menges y el agente de la DEA Enrique Camarena
Salazar fue secuestrado, torturado y asesinado por narcos protegidos por
agentes de la Federal de Seguridad, otrora refugio de la CIA. Los dos asuntos
fueron aderezados con una ofensiva política de los EU para vender la idea de
que México había sido sumado a la órbita de la URSS y la KGB. En 1985 apareció
un amplio reportaje en el The New York Times para denunciar que la KGB había
penetrado México. Con base en ese texto, Gavin denunció que policías políticos
mexicanos estaban al servicio del narco y de la URSS.
Lo interesante del
reportaje fue que uno de sus autores era el reportero Robert Lindsey, experto
en asuntos de seguridad nacional pero era el autor de la investigación El
halcón y el hombre de la nieve. Es decir, sus vinculaciones con la CIA eran
evidentes.
El otro asunto estalló en
un escándalo político. El director de la CIA, William Colby, ordenó un reporte
sobre pedido para probar la inestabilidad en México. El autor del texto fue
John Horton, agente rescatado del retiro. Horton había sido jefe de la estación
de la CIA en México. Y su reporte no fue tan negativo. Colby, violando las
reglas de la agencia, lo modificó para alentar las pasiones conservadoras de
Reagan. Estos dos incidentes paralizaron políticamente a México y llevaron en 1985 a la disolución de la Federal de Seguridad, para
obligar a la nueva oficina de investigación y seguridad nacional mexicana a
someterse a la CIA. José Antonio Zorrilla Pérez, el director de la DFS que se
había alejado de la CIA y que había traído agentes de la KGB a capacitar a los
mexicanos, fue obligado a renunciar y terminó en la cárcel.
Por operaciones de
inteligencia México fue atado, Reagan logró derrotar a la revolución sandinista
y aislar más a Cuba. México entró en crisis en 1982, arribó al poder la
corriente conservadora de los tecnócratas y la CIA dejó de preocuparse
políticamente por México. La crisis no provocó una revolución socialista sino
un fortalecimiento del conservadurismo gubernamental. Hacia1984 De la Madrid le
entregó el poder al PAN en el norte, donde Gavin había trabajado la santa
alianza.
La CIA, en consecuencia,
dejó de preocuparse por México.
V
En 1974 salieron publicados
dos libros emblemáticos de la CIA. El de Philip Agee eludió la revisión de los
censores de la agencia y se convirtió en un libro maldito, al grado de que
dicen en Langley que varios agentes fueron asesinados al aparecer su nombre. El
otro pasó la revisión y salió censurado: La CIA y el culto del espionaje, del
ex agente Víctor Marchetti.
Los años de mediados de los
setenta fueron de severa crisis para la CIA. Fueron los de la torpeza de Gerald
Ford y los de del mesianismo de Jimmy Carter. En 1976 apareció un libro
revelador de los estilos de la agencia de espionaje: Los archivos de la CIA, de
Robert Borosage y John Marks, éste último coautor del libro de Marchetti. Y en
1975 apareció el temido Informe Rockefeller sobre la CIA, dirigido justamente
por el vicepresidente Nelson Rockefeller.
El escenario era más
amplio: el ascenso de Salvador Allende en Chile y el operativo criminal de la Casa
Blanca y la CIA para derrocarlo, la ruptura del equilibrio en América Latina
por el activismo de la CIA , el radicalismo de Echeverría y su alianza con
Chile, Cuba, China, la URSS y los No Alineados comunistas.
Los setenta fueron los años
del fracaso de Nixon y de Jimmy Carter: Estados Unidos vio tambalearse su
hegemonía. En 1976, como producto de la descomposición de la agencia, Gerald
Ford designó como director de la CIA al político republicano George Bush padre
con la tarea de controlar sus funciones clandestinas. En 1975 se formó la
Comisión Rockefeller. La CIA había nacido para captar y transformar la
información en inteligencia política para toma de decisiones. Pero en 1968 se
había definido la Doctrina Bissel para derrocar gobiernos. Bissel era director
de operaciones clandestinas.
La CIA endureció relaciones
con México por el radicalismo populista de Luis Echeverría, a quien el ex
agente Philip Agee había identificado como agente pagado por la CIA. De 1973 a 1985, los servicios de inteligencia de México se
alejaron de la CIA, aflojaron su vigilancia política contra Cuba y la URSS y
optaron por la represión de la disidencia socialista armada. Ahí Bush tuvo
mucho que ver. A ese periodo le correspondió el inicio de la era Reagan y el
neoconservadurismo radical, con William Casey como director y el radical
ultraderechista Constantine Menges --recomendado del senador ultraderechista
Jesse Helms-- en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, la pinza
contra México.
En 1985 ocurrió la ruptura
definitiva de la CIA con México, cuando el embajador John Gavin logró la
destitución y encarcelamiento del director de la Federal de Seguridad, la
oficina encargada de las relaciones con la CIA. Reagan, Casey, Gavin y Menges
querían derechizar ideológicamente a México, cuando en realidad ya estaba en
proceso con el arribo al poder de los tecnócratas de Miguel de la Madrid.
Después de 1985 la CIA
perdió contacto real con México. El Centro de Investigación y Seguridad
Nacional nació como dirección a mediados de 1985 y se nutrió de los rescoldos
de la DFS, pero ya sin contactos profesionales. La CIA quedó maldita en México
después del derrocamiento de Allende en 1973. El CISEN y Gobernación mantienen
relaciones formales con la CIA, pero ya no de dependencia como en el pasado.
La CIA, conocida ya como
“el ejército privado del presidente”, dejó de operar con eficacia. El
terrorismo árabe terminó por hacerla pedazos. Y los ataques terroristas del 11
de septiembre la convirtieron en cenizas. El director de la CIA dejó de ser el
asesor de inteligencia del presidente y terminó, diría James Risenen State of
war, en un cheerleader (jefa de porristas estudiantiles con minifalda) y no en
un “gran líder”. Los ataques del 11 de septiembre liquidaron a la CIA.
En México, la CIA quedó
sólo un mal recuerdo.
Por Carlos Ramírez
Post. RLB. Punto Político.
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