El siglo XXI de la globalidad multipolar sienta muy mal a la primera institución con vocación global de la historia de la humanidad, la doblemente milenaria Iglesia católica. Su diplomacia fue la más sutil y capaz del orbe conocido.
Su cabeza visible y jefe de Estado, el más influyente y prestigiado. Aunque Stalin se preguntaba con sorna por el número de divisiones blindadas del Vaticano, sus herederos mordieron el polvo primero en Polonia y después en el resto del bloque comunista por obra y gracia, entre otros, del Papa más militante y mediático del siglo XX, que fue Karol Wojtila. Pero después de tamaña demostración de fuerza, las lecciones de humildad que está recibiendo el catolicismo oficial y su jerarquía no pueden ser más amargas.
Roma está retrocediendo internacionalmente en todos los frentes, algo que no tiene porque ser beneficioso para los equilibrios internacionales y menos todavía para el multilateralismo. El Vaticano tiene compromisos y cartas a jugar en Oriente Próximo, pero su debilidad le incapacita en muchos casos para actuar eficazmente. La situación de las comunidades cristianas en parte del mundo árabe y musulmán, perseguidas e incluso diezmadas en algunos de ellos, es cada vez más dramática.
El Vaticano, en cambio, parece más preocupado y más activo por los crucifijos en las escuelas públicas europeas que por la protección de sus feligreses en esa parte del mundo.
La tentación islamofóbica es tan fuerte como peligrosa para el catolicismo oficial. Los ideólogos vaticanistas plantean la relación con el Islam en términos de una competición por mantener la hegemonía en el mundo y sobre todo en Europa. En una posición a la defensiva muy próxima a la idea del choque de civilizaciones. El retroceso no se produce únicamente por la presión a veces violenta del islam radical. También tiene lugar pacíficamente en América Latina, cada vez más penetrada por las sectas cristianas de origen anglosajón.
La tentación islamofóbica es tan fuerte como peligrosa para el catolicismo oficial. Los ideólogos vaticanistas plantean la relación con el Islam en términos de una competición por mantener la hegemonía en el mundo y sobre todo en Europa. En una posición a la defensiva muy próxima a la idea del choque de civilizaciones. El retroceso no se produce únicamente por la presión a veces violenta del islam radical. También tiene lugar pacíficamente en América Latina, cada vez más penetrada por las sectas cristianas de origen anglosajón.
En este contexto, no hay duda de que el escándalo de los curas pederastas es el mayor corrosivo para el prestigio, las finanzas e incluso la confianza de la Iglesia jerárquica en sí misma. La erupción del escándalo en la católica Bélgica, con la detención por unas horas de la entera conferencia episcopal y la profanación por orden judicial de las tumbas de dos cardenales, promete convertirse en un terrible culebrón de consecuencias imprevisibles. Una sentencia del Tribunal Supremo norteamericano, rechazando la inmunidad diplomática a las autoridades eclesiales, el Papa incluido, ha dado luz verde a todo tipo de pretensiones económicas e incluso penales a la hora de exigir responsabilidades e indemnizaciones por la pederastia a toda la cadena jerárquica. Como fondo, el repugnante caso de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, cuya biografía acaba de salir en España, termina de situar a la entera jerarquía eclesial en una situación imposible.
Un anciano teólogo de 83 años preside esta rancia y avejentada institución. Los antaño brillantes intelectuales y diplomáticos eclesiales han desaparecido, sustituidos por grises burócratas, incapaces de entender el mundo en el que viven y dispuestos, sin embargo, a encubrir los peores y más perversos delitos de sus sacerdotes. Con contadas excepciones, los partidos demócrata cristianos europeos, que tan bien traducían en términos de influencia política los intereses de la sociedad católica, han sido sustituidos por partidos populistas.
La proyección planetaria y mediática intensísima de la Iglesia durante el papado de Wojtila ha derivado ahora en la etapa más negra y depresiva de la reciente historia de la Iglesia y en un papado con enormes dificultades para adaptarse al nuevo mundo global.
Por Lluís Bassets.
Post RLB. Punto Politico.