mayo 21, 2010

El crimen Paulette, un caso para Edgar Allan Poe o un escándalo como el de Wilma Montesi

El caso de la muerte de la niña Paulette Gebara Farah representó, con la pena del incidente, un desafío a la inteligencia política, a la indagación penal, e hizo traer a la memoria la urgencia de que México tenga laboratorios policiales como los de CSI o “detectives médicos”.
Pero al mismo tiempo hizo recordar las grandes novelas y cuentos de enigmas criminales y policiacos: Gaston Leroux, Edgar Allan Poe, Agatha Crhistie, Arthur Conan Doyle, George Simenon y hasta JP.D. James, además de algunas partes de Mankell y Patricia Cornwell. Todos ellos basaron sus personajes en la capacidad de raciocinio y abrieron una veta de la indagación criminal de la inteligencia.

Los datos esenciales del caso Paulette acortan la lista: una niña fue denunciada desaparecida de su habitación y su cuerpo “aparece” nueve días después en la misma habitación cerrada. Se trata, pues, de un enigma criminal en un cuarto cerrado. El cuento más famoso --el venero de todos los demás-- es el de Poe: “Los crímenes de la calle Morgue”, publicado en 1841, porque la indagación y la solución se hace en base a puro razonamiento intelectual. En ese cuento desarrolla Poe lo que sería su propuesta de la indagación de la inteligencia y desdeña los métodos policiacos por protocolarios y hasta ineficientes.
La historia de Poe es sencilla: en los diarios se publica la noticia de dos espantosos asesinatos en el cuarto piso de una casa. Dos mujeres fueron horrorosamente asesinadas, una apareció empotrada en el tiro de la chimenea y otra en el patio al pie de la ventana. Pero el asunto enigmático fue que se trataba de una habitación cerrada por dentro. En ese cuento aparece el detective C. August Dupin, una mente racional que vivía de la ayuda de sus amigos. Sin involucrarse en métodos policiacos y sólo a partir de la observación y el razonamiento intelectual, además del estudio directo de la escena del crimen, Dupin resuelve el misterio. Dupin fue un detective inventado por Poe, pero sólo apareció en tres cuentos. Doyle comenzó a publicar las historias de Holmes un poco más de cuarenta años después de Poe. Además, se trata de dos mentalidades diferentes: la francesa y picaresca de Dupin y la flemática de Holmes.

Dupin reflexiona en voz alta, con el narrador del cuento que podría ser el propio Poe en papel de asistente de Dupin, también con mucho de Poe; es decir, Poe frente al espejo. A partir de razonamientos de la inteligencia, Dupin resuelve el enigma del crimen en una habitación cerrada por dentro. Los razonamientos de Dupin podrían ayudar ahora en el caso Paulette:
Al haber resuelto el enigma de los crímenes en la calle Morgue, Auguste Dupin ironizó sobre el comisario que había presentado una solución falsa y puramente policiaca: “no hay fibra en su ciencia; todo en él es cabeza, más sin cuerpo, como las pinturas de la diosa Laverna, o, mejor decir, todo cabeza y espalda, como el bacalao. Sin embargo, es una buena persona. Le aprecio particularmente por un golpe maestro de afectación, al cual debe su reputación de hombre de talento. Me refiero a su modo de negar lo que es y explicar lo que no es”, cita por cierto de Rousseau. Dupin, desdoblamiento intelectual del propio Edgar Allan Poe en su fase de maestro del enigma y del razonamiento intelectual, había reflexionado sobre los dos horrendos asesinatos en el cuarto piso de una casa de la calle Morgue. En su explicación a su amigo --una especie del Dr. Watson de la novela inglesa del amigo de Sherlock Holmes--, Dupin aporta algunas claves del razonamiento de su indagatoria:
--La policía parisina, tan alabada en su penetración, es muy astuta pero nada más. No procede con método, salvo el del momento. Toma muchas disposiciones ostentosas, pero con frecuencia éstas se hallan mal adaptadas a su objetivo… Los resultados obtenidos son con frecuencia sorprendentes, pero en su mayoría se logran por simple diligencia y actividad. Cuando éstas son insuficientes, todos sus planea fracasan.
-El inspector Vidocque… dañaba su visión por mirar el objeto demasiado cerca. Quizá alcanzaba a ver uno o dos puntos con singular acuidad, pero procediendo así perdía el conjunto de la cuestión. En el fondo se trataba de un exceso de profundidad, y la verdad no siempre está dentro de un pozo.
--Creo que, en lo que se refiere al conocimiento más importante, es invariablemente superficial. La profundidad corresponde a los valles, donde las buscamos, y no a las cimas montañosas, donde se le encuentra.
--En cuanto a esos asesinatos (de la calle Morgue), procedamos personalmente a un examen antes de formarnos una opinión.
Luego de un examen de la escena del crimen, Dupin regresó a sus reflexiones:
--Tengo la impresión de que se considera insoluble este misterio por las mismísimas razones que deberían inducir a considerarlo fácilmente solucionable; me refiero a lo excesivo, a lo outré (algo así como extraño, bizarro) de sus características. La policía se muestra confundida por la aparente falta de móvil, y no por el asesinato en sí, sino por su atrocidad.
--(Los policías) han caído en el grueso pero común error de confundir lo insólito con lo abstruso (de difícil comprensión para la inteligencia). Pero justamente a través de esas desviaciones del plano ordinario de las cosas, la razón se abrirá paso, si ello es posible, en la búsqueda de la verdad. --En investigaciones como la que ahora efectuamos no debería preguntarse tanto “qué ha ocurrido”, como “qué hay en lo ocurrido que no se parezca a nada ocurrido anteriormente”. En una palabra, la facilidad con la cual llegaré o he llegado a la solución de este misterio se halla en razón directa de su aparente insolubilidad a ojos de la policía.

--En general, las coincidencias son grandes obstáculos en el camino de esos pensadores que todo ignoran de la teoría de las probabilidades, esa teoría a la cual los objetivos más eminentes de la investigación humana debe en los más altos ejemplos.
--Mi intención consiste en demostrarle, primeramente, que el hecho (la hipótesis de cómo el asesino abrió la ventana y la dejó sellada por dentro) pudo ser llevado a cabo; pero en segundo lugar, y muy especialmente (cursivas de Poe), insisto en llamar su atención sobre el carácter extraordinario, casi sobrenatural, de ese vigor capaz de cosa semejante.
--Usando términos judiciales, usted me dirá sin duda que para “redondear” mi caso debería subestimar y no poner de tal modo la evidencia de la agilidad que se requiere para dicha proeza. Pero la práctica en los tribunales no es la de la razón. Mi objetivo final es tan solo la verdad. Y mi propósito inmediato consiste en inducirlo a que se yuxtaponga la insólita agilidad que he mencionado con esa voz tan extrañamente aguda --o áspera-- y desigual sobre cuya nacionalidad no pudieron ponerse de acuerdo los testigos y en cuyos acentos no se logró distinguir ningún vocablo articulado.
Y ante la hipótesis del robo por la existencia de monedas en oro, Dupin hace ver que el oro fue abandonado. Razona:
--Le pido, por tanto, que descarte de sus pensamientos la desatinada idea de un móvil, nacida en el cerebro de los policías por esa parte del testimonio que se refiere al dinero entregado en la puerta de la casa. Coincidencias diez veces más notables que ésta ocurren a cada hora de nuestras vidas sin que nos preocupemos por ellas. En general, las coincidencias son grandes obstáculos en el camino de esos pensadores que todo lo ignoran de la teoría de las probabilidades, esa teoría a la cual los objetivos más eminentes de la investigación humana deben los más altos ejemplos.
Dupin analiza los puntos que habían llevado a la policía a un callejón sin salidas: la voz singular escuchada por todos, la insólita agilidad del asesino, la fuerza para dañar y la sorprendente falta de móvil “en un asesinato tan atroz como éste”.
Al ganarle la partida al inspector de policía, Dupin describe su victoria con una frase demoledora: “nuestro amigo el prefecto es demasiado astuto para ser profundo”.
El método de Dupin fue comenzar por el razonamiento de los hechos inexplicables para, al hacerlos explicables, encontrar la solución. Al comienzo de su cuento, Poe interviene como narrador anónimo: “el poder analítico no debe confundirse con el mero ingenio, ya que si el analista es por necesidad
ingenioso, con frecuencia el hombre ingenioso se muestra notablemente incapaz de analizar”.
La literatura de enigma policial ha sido siempre un desafío para los periodistas investigadores. Antes de morir, el columnista Manuel Buendía se pasaba horas releyendo el cuento “Ataúdes tallados a mano”, de Truman Capote, basado en una historia real, para descubrir al asesino. Si mal no recuerdo, Buendía llegó a la conclusión de que el asesino era el policía que investigaba el caso. Habrá que releer a Capote. El poder de investigación de los periodistas se basaba en el hecho de que la puerta de entrada al periodismo práctico era justamente la fuente de información policiaca. Los reporteros tenían que pasar unos meses en temas policiacos para aprender métodos de investigación, una práctica, por cierto, ya desaparecida. En aquellos tiempos, Buendía trabajaba de reportero de policía en La Prensa y competía con los detectives en la investigación de algunos crímenes.
Todo reportero de policía que se respete tiene en el centro de su actividad los casos de asesinatos en habitaciones cerradas. Quizá, en el fondo, porque representan un desafío a la inteligencia y por la fascinación del crimen en sí mismo. Al final de cuentas, como lo estableció Thomas de Quincey, el asesinato puede considerase como “una de las bellas artes”: “en los crímenes del circo, la mano que asesta el golpe mortal está tan teñida de sangre como la de quien contempla pasivamente el espectáculo; ni puede estar libre de mancha quien tolera el derramamiento ni puede exculparse del asesinato quien aplaude al asesino o recoge los premios en su nombre”. De Quincey deja entrever el asesinato como un espectáculo de masas, hoy potenciado por el papel activo de los medios de comunicación y las redes sociales cibernéticas.
La mediatización de conflictos criminales no es nueva. El caso Paulette creció en los medios y en el twitter, no para aportar elementos sino para ejercer presión sobre las autoridades. Y luego vinieron las interpretaciones e hipótesis de los propios medios, cada uno planteando sus dudas y sus propuestas sobre el crimen.

No sería la primera vez ni la última. En su libro Política y delito, el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger cuenta la historia del caso de Wilma Montesi, una italiana que apareció muerta en abril de 1953, a la que se determinó muerte por accidente y luego involucró la hipótesis de un crimen para esconder las relaciones perversas del crimen organizado con los altos mandos de la política italiana de la Democracia Cristiana. El suceso fue calificado por los medios como “El caso del siglo” y de hecho duró casi cinco años por presión de los propios medios con argumentos hipotéticos que nunca pasaron la prueba de los procedimientos judiciales. El mismo caso fue narrado en 1955 por el escritor Gabriel García Márquez en un texto largo de casi sesenta páginas --“El escándalo del siglo”-- del libro De Europa a América. Obra periodística 3. 1955-1969, y ahí también refiere la presión de la prensa para evitar el carpetazo a la investigación.
Enzensberger aporta alguna idea más integral del asunto. “En la investigación del crimen la sociedad se investiga a sí misma. De aquí el enorme interés con que en Italia es seguido un gran “caso” por obreros e intelectuales, por ciudadanos y campesinos, por pobres y ricos. Todos ellos intentan descifrar algo en él (el crimen), lo que constituye su habilidad propia.

Como en todo gran crimen que conmueve al país, también en el caso Montesi, en el caso de la muchacha ahogada, en el “proceso del siglo”, es Italia la que se procesa a sí misma”. Las indagatorias profundizaron hipótesis y datos, pero al final, señala Enzensberger, prevaleció el vicio social de Italia (y toda sociedad que se respete): “el rumor y el dossier”. Todo ciudadano se convirtió en inspector de policía, detective e investigador judicial. Al final, el sistema judicial concluyó lo obvio: “los rumores no son pruebas”. Sin embargo, los rumores se convirtieron en hipótesis y éstas se siguieron como pesquisas pero con objetivos concretos a comprobar. Y más cuando uno de los principales sospechosos del crimen era el hijo del ministro de Asuntos Exteriores.
Por cierto, la primera punta del hilo, cuando nadie prestaba atención al caso de una joven que apareció ahogada, de la hipótesis del crimen apareció en un medio impreso: una caricatura con una paloma mensajera que tenía en el pico una liga femenina de las que se colocan en el muslo. La liga había sido señalada como pista extraña en el caso, pues el padre de Montesi declaró que el cadáver de su hija no tenía justamente la liga que ella usaba. Y el otro dato no fue difícil de interpretar: en el idioma italiano, la palabra paloma mensajera se escribe como piccioni y Piccioni era justamente el apellido del canciller, cuyo hijo fue inmediatamente señalado como responsable del crimen.
Al final, los medios quedaron atrapados en un caso inflado por ellos mismos. Concluye Enzensberger: “los rumores no son pruebas. El ministerio público tiene que saberlo., ¿Cómo fue posible que un fiscal, basándose en tan insuficientes pruebas, pudiese formular acusación contra hombres como el hijo de un ministro, como el jefe de la policía de Roma? A esta pregunta sí puede responderse fácilmente. Cuando Piero Piccioni (hijo del canciller) fue detenido, Italia se hallaba al borde de la revuelta y de la guerra civil. La presión de la opinión pública era aplastante. Pero ¿cómo iba a canalizarse esa presión?” Al final Piccioni fue declarado inocente. Y el caso quedó como sin solución. Agrega Enzensberger: “esta pregunta nos lleva a la verdad de este proceso, tan plagado de mentiras. El pueblo italiano creyó cada palabra que dijo Anna Maria Caglio (una testigo inflada por una revista) y no por otra cosa sino porque la mitómana Juana de Arco, “la muchacha del siglo”, inculpaba del asesinato al hijo de un ministro. Italia estaba dispuesta a creer todo lo que iba en contra de su clase gobernante”. Así, “la muchacha ahogada fue sólo un pretexto, un pretexto largo tiempo esperado para ajustar cuentas con un orden social cuyo eventual exponente fueron los acusados de este proceso. Los acusados, agrega, fueron inocentes de los cargos de asesinato, pero “culpables lo fueron únicamente por pertenecer a aquéllos a quienes se refería Italia al pedir a voces su detención. Y para esta culpa no hay absolución posible”. Los acusados salieron libres, Italia regresó a su tranquilidad y sólo Wilma Montesi quedó a la espera de una justicia que no ha llegado.
De ahí la única conclusión posible: ¿será Paulette la víctima propiciatoria que espera México en su fase de descomposición policiaca, criminal y social? ¿Se indigna la sociedad por Paulette como una forma de indignarse consigo misma? ¿Será Paulette el fenómeno mediático del Chupacabras que fue inventado en tiempos de la presidencia de Carlos Salinas para distraer la atención social? ¿Será el pánico social y la indagación popular el sucedáneo de la estabilidad perdida? ¿Y qué vendrá después de Paulette?

Por Carlos Ramirez.
Post RLB.Punto Politico.

mayo 17, 2010

La doble vida de Marcial Maciel

Maciel se las arregló para tejer una gran red de turbias complicidades con líderes políticos y económicos con miras a acrecentar su poder e influencia, donde el gancho radicaba en su personalidad mística y en su discurso de pureza redentorista.

El año pasado, el Papa Benedicto XVI revocó, en una acción sin precedentes en la historia del papado, dos votos internos —votos que hacen los agremiados de una orden religiosa ante la orden misma y no propiamente ante El Vaticano— particulares a la Legión de Cristo: uno pedía nunca desear, buscar o cabildear la obtención de responsabilidades o posiciones jerárquicas en la congregación para sí mismo o para otros y, el segundo, nunca criticar al exterior los actos de gobierno o la persona de ningún directivo o superior de la congregación de palabra, letra o de ninguna otra forma. De tener la certeza que algún hermano hubiera roto esta promesa, debía informársele sin demora al superior inmediato del trasgresor.
Esta omertá —la negación o el silencio externo y la demonización interna ante los críticos— ha sido estrategia fiel de la Legión de Cristo: incluso cuando Benedicto XVI condenó en mayo del 2006 a Maciel “a una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a todo ministerio público”, la Orden intentó una fachada de dócil inocencia como evasiva al castigo papal, afirmando que: “En relación con la noticia de la conclusión de la investigación de las acusaciones hechas al P. Marcial Maciel, nuestro venerado padre fundador, la Congregación de los Legionarios de Cristo informa (…) Ante las acusaciones hechas en su contra, él afirmó su inocencia y siguiendo el ejemplo de Jesucristo optó siempre por no defenderse de ninguna manera (…) Él, con el espíritu de obediencia a la Iglesia que siempre lo ha caracterizado, ha aceptado este comunicado con fe, con total serenidad y con tranquilidad de conciencia, sabiendo que se trata de una nueva cruz que Dios, el Padre de Misericordia, ha permitido que sufra y de la que obtendrá muchas gracias para la Legión de Cristo y para el Movimiento Regnum Christi”.
Esa fachada de santa infalibilidad se desmoronó cuando los blogs Ex LC Blog, Life alter LC y American Papist destaparon el lunes 2 de febrero que “hoy, el P. Scott Reilly, LC, director territorial de Atlanta, Georgia, le anunció a quienes trabajan en esa dirección territorial de la Legión de Cristo que Marcial Maciel tuvo una amante, procreó con ella al menos un hijo y vivió una doble vida”. La noticia fue prontamente recogida por los principales diarios del mundo.
Lo cierto es que, de acuerdo al New York Times y a testigos presenciales que pidieron el anonimato, Corcuera y otros altos líderes de la Orden tenían ya semanas de acercarse a sus seguidores más fieles para informarles del hecho. Pero no hay indicio de que pensaran hacerlo público o, cuando menos, no pronto.
En palabra de Jim Fair, su vocero: “Hemos descubierto algunas cosas de la vida de nuestro fundador que son sorprendentes y difíciles de entender. Podemos confirmar que hubo aspectos de su vida inapropiados para un sacerdote católico”.
A la fecha las versiones recurrentes son que Maciel tuvo al menos una hija que hoy tendría cerca de 22 años y que durante todo ese tiempo Maciel canalizó sumas de dinero desconocidas a esa familia. Según el NYT, el padre Steven Fichter, quien dejara la orden hace 14 años y antes fuera su financiero en jefe, dijo que le informó tres años atrás —en las postrimerías de la sentencia de reclusión— al Vaticano que cada vez que Maciel viajaba fuera de su casona de Vía Aurelia, en Roma, le pedía 10 mil dólares en efectivo; 5 mil en dólares y 5 mil en la moneda del país a donde se dirigía. Cuestionado sobre cómo justificaba el fundador esos gastos, Fichter contestó: “Los Legionarios vivíamos en pobreza; si alguno salía y compraba una pluma bic y una barra de chocolate, tenía que reportar los recibos. Pero para el padre Maciel jamás hubo ninguna contabilidad. Siempre era efectivo, sin rastro electrónico. Y como era este héroe extraordinario para nosotros, jamás lo cuestionamos; ni por un segundo. Maciel era el héroe mítico que vivía en un pedestal y que tenía todas las respuestas. Cuando te haces legionario, debes leer cada carta que él escribió, como 15 o 16 volúmenes”.
Hoy la Orden, en contradicción con sus prácticas habituales —la negación de la crítica y el desprecio para quienes no abrazan el discurso, la hostilidad o el ostracismo abierto para quienes renuncian a éste y el culto a la personalidad de Maciel— acepta, renuente pero públicamente —la carta abierta de Corcuera, disponible en el sitio web de la Orden, es una antología de vaguedades—, que Marcial Maciel, “Nuestro Padre”, como ellos le llaman con reverencia, tuvo una amante y una hija con ésta. Pero de las añejas acusaciones de abuso sexual y de su adicción a la Dolantina —un derivado de la morfina—, ni una palabra. La pregunta es: ¿Por qué hoy acepta la Orden cuando menos ese pecado si siempre negó los demás?

Quizá porque es difícil probarle al fundador el abuso de sustancias o el de menores, a pesar de numerosos indicadores de lo contrario: allí están los inocentes rumores entre la congregación femenina respecto a los muchos dolores que padecía “Nuestro Padre” y que “ni las drogas más fuertes” podían curar, y los testimonios de los vejados. Pero las pruebas de ADN hacen de la paternidad algo comprobable más allá de cualquier duda: todo apunta a que la atípica confesión de falibilidad obedece, más que al deseo de limpiar la casa, a la necesidad de “enfrentar en mejor posición una posible demanda por la herencia”, como dijo el experto en antropología de las religiones Elio Masferrer a AFP el jueves 6. Una demanda por la herencia o un chantaje millonario a manos de alguien que sabe tanto de las abultadas arcas de la orden como de la doble vida de Marcial Maciel.

Pero procrear una hija es el menor de los pecados de Maciel. Porque la Legión, con sus 800 sacerdotes con presencia en 22 países y más de 50 mil miembros arropados por su brazo laico, el Movimiento Regnum Christi, ha sido comparada con los cultos religiosos más fanatizantes y denunciada no pocas veces, aunque nunca en México, por “lavado de cerebro” y abuso de confianza. Apenas el pasado junio, Edwin F. O’Brien, el arzobispo de Baltimore, quiso expulsarlos de su diócesis por “falta de transparencia en sus operaciones”, pero fue convencido por oficiales vaticanos de imponerles en vez medidas de control restrictivas.
Maciel se las arregló para tejer una gran red de turbias complicidades con líderes políticos y económicos con miras a acrecentar su poder e influencia, donde el gancho radicaba en su personalidad mística y en su discurso de pureza redentorista, muy similar al del fascismo franquista que el michoacano tanto admiraba. Y en México, mejor que en ningún otro lado, el fenómeno floreció: la Legión capitalizó el hueco dejado por los jesuitas entre las clases dominantes —su interés en la teología de la liberación era mal visto por éstas— entrando en la intimidad de los poderosos al ofrecerles un justificante de vida donde la posición económica no era una tara para llegar al cielo —el proverbial ojo de la aguja—, sino una gracia que permitía salvar y salvarse. La entrega incondicional a la agenda de la Orden estaba imbricada en el discurso: de allí la necesidad de divinizar la figura del fundador, recibido con gritos, ahogos y desmayos —como un rock star— por un público mayoritariamente femenino: nadie debía dudar de la santidad de “Nuestro Padre”. Él mismo lo dicen en Mi vida es Cristo: “Mi lucha ha tenido un sentido: Cristo crucificado. Sí, creo que he podido sufrir por las diversas pruebas que Dios ha permitido en mi vida. No niego esto. Pero he visto otros muchos hombres sufrir sin ningún sentido, y creo que es lo peor que puede suceder a un hombre. Con la ayuda de Dios y por gracia suya, yo he podido dar un sentido a mis luchas. Y, por esto, siempre me he considerado agraciado, verdaderamente afortunado y he procurado, en la medida de mis limitaciones, ayudar a esos hombres que sufren sin saber por qué, dándoles una razón para vivir y sufrir”.
El juego social parapetaba el discurso: al estar comprometidos con la Legión los principales capitales de México, una manera rápida de entrar a ese mundo era a través de su venia: la adhesión incondicional hacia la Orden ofrecía acceso, por recomendaciones y en “grupos de oración” selectos, a las familias más poderosas del país. Quien no estaba por convicción o por interés lo hacía por miedo: enfrentarse a los Legionarios implicaba, hasta hace muy poco, el ostracismo en un país donde la seguridad financiera pasa más por los contactos que por el talento. Eso explica la feroz aunque irracional defensa —y la renuencia con que la Legión ha tomado la revelación de su engaño— de quienes hacen de la Orden y de Maciel su modo de vida, como se ve en estas líneas firmadas por Lucrecia Rego de Planas, directora de catholic.net, sitio regenteado por la Legión:
“Ayer, 4 de febrero, sin que nadie se lo esperara, apareció de repente, como salida de la nada, una hija del P. Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Fue la gran noticia a ocho columnas que recorrió las rotativas del mundo entero (…) no puedo negar que eso me ha hecho sentirme un poco celosa, pues... yo no saldré publicada en todos los diarios (tal vez en ninguno) y ¡también soy hija del P. Maciel! No llevo su sangre en mis venas (por eso no soy noticia), pero gran parte de lo que soy (casi todo) se lo debo a él. Sí, el P. Maciel es mi padre (Nuestro Padre, como cariñosamente le llamamos los miembros del Regnum Christi) (…) mi cerebro está lleno de los pensamientos que él me enseñó; mis palabras están contagiadas de las palabras que desde niña leí en sus cartas, al grado que a veces confundo las suyas con las mías; mi espiritualidad es la espiritualidad que él me enseñó a desarrollar; mi vida de oración es tal como él me enseñó a orar; mi corazón siente tal como él me enseñó a sentir, siempre poniendo a los demás antes que a mí (…) Soy, sin lugar a dudas, una auténtica hija del P. Maciel”.
¿Quiénes hicieron posible la doble vida de Marcial Maciel, su florecimiento y su longeva impunidad? Sin duda la Iglesia, en particular la de Juan Pablo II que, conociendo los pecados de Maciel, los dejaba pasar en aras de las cuantiosas aportaciones, en efectivo y en almas, que la orden le hacía en tiempos cuando las devociones y vocaciones caían. También está la Legión misma, eficiente estructura que, a pesar del tibio mea culpa, aún se aferra a los vicios y cánones propios del fundador. Pero igual son culpables quienes prefirieron callar el deficiente nivel académico de sus escuelas con miras a frecuentar a las familias ilustres inscritas en sus aulas; los líderes sociales que hicieron propia la superioridad moral de una orden que los aglutinó en la arrogancia de sentirse elegidos; las autoridades que aceptaron protegerlos o solaparlos para evitar enfrentamientos con sus protectores; los que vendieron su pluma, palabra y convicciones a cambio de reconocimiento o de dinero; los empresarios que usaron su músculo para favorecer a la Legión con miras a aquietar la conciencia; los que cerraron los ojos ante las agresivas prácticas de reclutamiento y de control que, hasta la fecha, rayan en el abuso psicológico. Porque, sí, Maciel era un fraude, un estafador, uno que dejó muchas víctimas a su paso. Pero tuvo cómplices. Muchos cómplices.

por Roberta Garza

Post RLB. Punto Politico.