septiembre 04, 2010

Historia CMA + Tres lecciones que aprender de Mexicana de Aviación

Una y otra vez se demuestra que las manotas del gobierno siempre producen grandes desastres.

Los fundadores de Mexicana de Aviación no fueron mexicanos, sino tres jóvenes empresarios norteamericanos que llegaron a nuestro país con grandes sueños. Querían fundar un gran negocio de aviación para dar servicios de correos, paquetería y transportación de pasajeros. No fue fácil obtener la licencia del gobierno revolucionario y después de un pesado y complicado calvario se les permitió crear en 1921 la “COMPAÑÍA MEXICANA DE TRANSPORTACIÓN AÉREA S. L.” El nacionalismo estaba en su apogeo y tuvieron que aceptar el ingreso de mexicanos accionistas que poco sabían de aviación pero podían lidiar con la clase política, que veían con malos ojos a los extranjeros y especialmente a los norteamericanos.

El desarrollo de esta empresa de aviación fue espectacular a pesar de las reticencias de los mexicanos carentes de visión y que tenían temor a nuevas inversiones. Llegó el momento en que los norteamericanos compraron las acciones de los mexicanos y se aliaron con otras empresas de aviación que también mostraban pujanza. Así, la Compañía Mexicana de Aviación (CMA) se internacionalizaba en combinación con Pan American Airways. Pero esta alianza no hizo más que caldear los ánimos nacionalistas de los revolucionarios mexicanos. No podían aceptar que una empresa de dueños extranjeros tuviera tanto éxito en suelo nacional y con trampas, amenazas y marrullerías lograron desterrar a los norteamericanos en 1968. En efecto, compraron todas las acciones. Y cómo no vender, si no lo hacían podían ser nacionalizados por el gobierno “por causas de utilidad pública” tal como ya se había hecho con el petróleo, la electricidad, los ferrocarriles. Los viejos pioneros de esta empresa tuvieron que regresar a Norteamérica con los dientes apretados de rabia.
Poco les duró el gusto a los mexicanos dueños de la empresa de aviación más importante de Latinoamérica. No la supieron administrar y en menos de 10 años ya estaba prácticamente destruida. No solo fue la baja capacidad empresarial de los mexicanos, sino que empezaron a surgir los sindicatos de sobrecargos y luego el de pilotos que cada día pedían más y más prestaciones azuzados por izquierdistas marxistas.
En 1982 el gobierno rescata a Mexicana haciéndose el principal accionista, otro gran error. Entra la burocracia estatal con “grandes ideas”, como la de construir un majestuoso edificio en la colonia Narvarte “para dar muestras de solidez”. El mismo gobierno fomenta el sindicalismo en esta empresa paraestatal a fin de ganar votos y garantizar la permanencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Se siguen incrementando los beneficios a los trabajadores sindicalizados, la patronal (gobierno) concede con facilidad, después de todo, tienen el respaldo del Estado. Prácticamente los combustibles no le cuestan a la empresa pues PEMEX se los regala, y se abren rutas con poca demanda. A veces los aviones iban vacíos, pero daban buena imagen de progreso bajo el mando del Partido Institucional. Con Salinas de Gortari cambian un poco los tiempos y se decide regresar (privatizar) a esa empresa a manos de la iniciativa privada. ¿Pero quién iba querer comprar una empresa llena de vicios, artificialidades y repleta de corrupción? Se anima el Grupo Havre y en la primera oportunidad se deshace de ese bicho para pasarla al Grupo Posada, quien ahora ya tampoco la aguanta.

¿Sobrevivirá ese monstruoso elefante blanco?
Primera lección.
Si a México llega un extranjero con sueños empresariales, nunca lo detengas, déjalo que vuele, sin envidias ni nacionalismos trasnochados, pues si lo haces tú mismo y mucha gente que pudo salir beneficiada sufrirán un descalabro. En realidad, qué importa si es mexicano o extranjero el dueño de una empresa, lo importante es que de buenos servicios.

Segunda lección. Una y otra vez se demuestra que las manotas del gobierno siempre producen grandes desastres. Es imposible que un burócrata tome buenas decisiones empresariales, siendo que es un simple empleado de gobierno que nada arriesga si la empresa fracasa. En otras palabras, solo el dueño tiene la capacidad de tomar buenas decisiones.
Tercera lección. Permitir la existencia de sindicatos en una empresa es garantía segura para el fracaso. El sindicalismo es una cara del fascismo. Con la fuerza compulsiva de los líderes y trabajadores se pueden obtener ventajas insostenibles que llevan a la quiebra futura de la cualquier empresa. Cualquier trabajador tiene el derecho de buscar el mejor precio por su trabajo, pero debe ser sólo, sin fuerzas compulsivas, sin sindicatos, negociando uno a uno, es decir, patrón con trabajador, sin injerencia de terceros. Si hay acuerdo, bien; de otra manera, que cada quien busque en otro lado.

Por tanto, para dar oportunidad de que Mexicana de Aviación sobreviva, lo primero que se debe hacer, por parte de los trabajadores es declarar de manera inmediata y unilateral la desaparición de todos los sindicatos en el interior de la empresa. No más negociaciones colectivas, no más intromisión de otros sindicatos tipo SME, STUNAM o de políticos izquierdistas. Permitir que el dueño negocie directamente con el trabajador, si hay acuerdo, sigue y si no, adiós sin más trámite.
El dueño puede invitar a los trabajadores para que se hagan accionistas, de tal suerte que si la empresa gana, ellos ganan como copropietarios, en la parte que les corresponda. Por cierto, Grupo Posada se las ofreció en un peso y no la quisieron tomar. Porque reconocen los vicios que cargan y que en sus manos no duraría mucho tiempo viva.
Finalmente, de ninguna manera se debe permitir que el gobierno rescate a Mexicana de Aviación, ni siquiera tener el uno por ciento de las acciones. Los contribuyentes no tienen por qué asumir una carga que no les corresponde.
Después de todo, si llega a desaparecer, como han desaparecido otras grandes empresas (recuérdese AEROFLOT) los sobrecargos, los pilotos y el personal en tierra podrán ser absorbidos por otras líneas aéreas que se quedarán con el mercado que tenía la CMA.
Ojalá otras empresas privadas y gubernamentales (incluidas las universidades públicas) aprendan y empiecen a remojar las barbas.

Por Santos Mercado
Post RLB. Punto Politico.

julio 08, 2010

Vaticanismo en retirada

El siglo XXI de la globalidad multipolar sienta muy mal a la primera institución con vocación global de la historia de la humanidad, la doblemente milenaria Iglesia católica. Su diplomacia fue la más sutil y capaz del orbe conocido.
Su cabeza visible y jefe de Estado, el más influyente y prestigiado. Aunque Stalin se preguntaba con sorna por el número de divisiones blindadas del Vaticano, sus herederos mordieron el polvo primero en Polonia y después en el resto del bloque comunista por obra y gracia, entre otros, del Papa más militante y mediático del siglo XX, que fue Karol Wojtila. Pero después de tamaña demostración de fuerza, las lecciones de humildad que está recibiendo el catolicismo oficial y su jerarquía no pueden ser más amargas.
Roma está retrocediendo internacionalmente en todos los frentes, algo que no tiene porque ser beneficioso para los equilibrios internacionales y menos todavía para el multilateralismo. El Vaticano tiene compromisos y cartas a jugar en Oriente Próximo, pero su debilidad le incapacita en muchos casos para actuar eficazmente. La situación de las comunidades cristianas en parte del mundo árabe y musulmán, perseguidas e incluso diezmadas en algunos de ellos, es cada vez más dramática.

El Vaticano, en cambio, parece más preocupado y más activo por los crucifijos en las escuelas públicas europeas que por la protección de sus feligreses en esa parte del mundo.
La tentación islamofóbica es tan fuerte como peligrosa para el catolicismo oficial. Los ideólogos vaticanistas plantean la relación con el Islam en términos de una competición por mantener la hegemonía en el mundo y sobre todo en Europa. En una posición a la defensiva muy próxima a la idea del choque de civilizaciones. El retroceso no se produce únicamente por la presión a veces violenta del islam radical. También tiene lugar pacíficamente en América Latina, cada vez más penetrada por las sectas cristianas de origen anglosajón.

En este contexto, no hay duda de que el escándalo de los curas pederastas es el mayor corrosivo para el prestigio, las finanzas e incluso la confianza de la Iglesia jerárquica en sí misma. La erupción del escándalo en la católica Bélgica, con la detención por unas horas de la entera conferencia episcopal y la profanación por orden judicial de las tumbas de dos cardenales, promete convertirse en un terrible culebrón de consecuencias imprevisibles. Una sentencia del Tribunal Supremo norteamericano, rechazando la inmunidad diplomática a las autoridades eclesiales, el Papa incluido, ha dado luz verde a todo tipo de pretensiones económicas e incluso penales a la hora de exigir responsabilidades e indemnizaciones por la pederastia a toda la cadena jerárquica. Como fondo, el repugnante caso de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, cuya biografía acaba de salir en España, termina de situar a la entera jerarquía eclesial en una situación imposible.

Un anciano teólogo de 83 años preside esta rancia y avejentada institución. Los antaño brillantes intelectuales y diplomáticos eclesiales han desaparecido, sustituidos por grises burócratas, incapaces de entender el mundo en el que viven y dispuestos, sin embargo, a encubrir los peores y más perversos delitos de sus sacerdotes. Con contadas excepciones, los partidos demócrata cristianos europeos, que tan bien traducían en términos de influencia política los intereses de la sociedad católica, han sido sustituidos por partidos populistas.
La proyección planetaria y mediática intensísima de la Iglesia durante el papado de Wojtila ha derivado ahora en la etapa más negra y depresiva de la reciente historia de la Iglesia y en un papado con enormes dificultades para adaptarse al nuevo mundo global.
Por Lluís Bassets.
Post RLB. Punto Politico.

junio 04, 2010

Revelaciones del joyero del Señor de los Cielos

Con grado de doctor en joyería fina, Tomás Colsa Mcgregor, testigo protegido de la Procuraduría General de la República, entre 1982 y 1997 convivió con la nomenclatura del narcotráfico en México. Ésta es parte de su historia, contenida en el expediente 101/2007, cuyas revelaciones sirvieron para abrir procesos penales contra varios miembros de la delincuencia organizada
el sr de Los Cielos

Tomás Colsa Mcgregor conoció y se hizo amigo de los narcotraficantes durante más de una década (1982-1997), periodo en el que floreció el cártel de Juárez de Amado Carrillo Fuentes, que mantuvo en jaque al gobierno mexicano hasta la supuesta muerte del Señor de los Cielos, ocurrida el 6 de julio de 1997.
Capos del primer nivel como Gabino Uzueta Zamora, el Pico Chulo; Manuel Salcido Uzueta, el Cochiloco; Rafael Caro Quintero; Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto; Miguel Ángel Félix Gallardo, el Flaco; Ramiro Mireles Félix; Rafael Aguilar Guajardo; Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos; Jesús Héctor Palma Salazar, el Güero Palma; Joaquín Guzmán Loera, el Chapo Guzmán; Juan Pineda Trinidad; los hermanos Muñoz Talavera, Pastor Álvarez Félix, Omar Camejo, eran amigos íntimos de Mcgregor, conocido en el medio como el joyero del Señor de los Cielos.
A raíz de su relación con el capo Gabino Uzueta Zamora, el Pico Chulo, de quien se hizo su compadre, Mcgregor cuenta cómo Ramiro Mireles bajaba aviones en Cancún, Quintana Roo, bajo la protección del encargado de la plaza de la Policía Judicial Federal, el comandante Adolfo Mondragón Aguirre, quien trasladaba la cocaína por vía aérea a la ciudad de Zacatecas, ya que en Cancún los aviones procedentes de la isla de San Andrés, Colombia, sólo se reabastecían de combustible.
Dice que así operaban los narcotraficantes Rafael Muñoz Talavera, Rafael Aguilar Guajardo y Amado Carrillo Fuentes, con apoyo de los comandantes de la Policía Judicial Federal y de la Policía Federal de Caminos. Trasladaban aviones diariamente, cada uno con 1 mil 500 kilogramos de cocaína. De la mercancía puesta en Estados Unidos, un 60 por ciento correspondía a los colombianos y 40 por ciento, al cártel mexicano.
A la muerte de su compadre Gabino Uzueta, el Pico Chulo, ocurrida en 1986 en un enfrentamiento con el Ejército Mexicano en Mazatlán, Sinaloa, quedó al frente del negocio su cuñado Pedro Lupercio Serratos, quien se hizo del control de las plazas de Jalisco y Chihuahua, para transportar desde Colombia grandes cantidades de cocaína. Chihuahua era controlada por Amado Carrillo Fuentes y Rafael Aguilar Guajardo. Mcgregor se hizo compadre de Lupercio Serratos, uno de sus principales clientes de joyería.
A principios de 1986, Mcgregor conoció a Amado Carrillo Fuentes en Guadalajara. Ahí se lo presentó el comandante de la Policía Federal de Caminos Fernando Ramírez, en presencia del comandante Lucio Puente, destacamentado en Puerto Vallarta, Jalisco.
Amado Carrillo estaba interesado en conocer a Mcgregor, ya que a través del comandante Fernando Ramírez supo de su relación con los comandantes de la Policía Judicial Federal y de la Policía Federal de Caminos, incluyendo en ese entonces al director general Enrique Harari y al comandante Chao López, a quienes se los había presentado su compadre el Pico Chulo.
De esa reunión ya le había hablado el comandante Miguel Silva Caballero, quien le explicó que Amado Carrillo quería conocerlo, con el fin de establecer contacto por su conducto con todos los comandantes, para que le brindaran protección de los cargamentos de marihuana y cocaína que transportaba por territorio mexicano hacia Estados Unidos.
Mcgregor se puso de acuerdo con los comandantes Miguel Silva Caballero, el Chico Changote; Raúl Fuentes, Guillermo González Calderoni, de la Policía Judicial Federal, quienes estuvieron de acuerdo en brindarle protección a Amado Carrillo a cambio de 100 mil y 500 mil dólares, según la cantidad de droga que se lograra pasar a Estados Unidos.
El 25 de marzo de 1986, Mcgregor se encontraba en su domicilio de Guadalajara, Jalisco, ubicado en Paseos del Prado 1424, colonia Colinas de San Javier, cuando recibió una llamada telefónica del capitán Vega del Ejército Mexicano, de la 15 Zona Militar, adscrito al Grupo de Información Militar, quien le advirtió que se salieran de inmediato, ya que elementos del Ejército los iban a matar.
Mcgregor, en compañía de Otho Camarena y Javier García Morales, salieron de su domicilio. Llevaron consigo 5 millones de dólares en alhajas y dólares. Se fueron a las suites Las Margaritas, donde de manera permanente tenían una habitación cuyo alquiler pagaba García Morales.
Posteriormente se trasladaron a la casa de Amado Carrillo en la colonia Country, donde esperaron al Señor de los Cielos, quien les prestó un Ford Grand Marquis, modelo 1984, con radio y teléfono para comunicarse. Los comandantes Lucio Puente y Fernando Ramírez, de la Policía Federal de Caminos, los escoltaron desde Guadalajara hasta la ciudad de Zacatecas.
De ahí viajaron a la ciudad de Monterrey, Nuevo León, y luego a Reynosa, Tamaulipas, de donde se pasaron a Estados Unidos. Llegaron por McAllen, Texas, hasta el aeropuerto de San Antonio. Ahí abandonaron el Grand Marquis y tomaron un avión comercial a la ciudad de Phoenix, Arizona, donde se quedó Otho Camarena. Luego, Mcgregor se trasladó a Nueva York y tomó un vuelo a España. Radicó en el puerto de Marbella de 1986 a 1988, tiempo en el que se dedicó a gastar los 5 millones de dólares y el lote de joyas que llevaba.
En el operativo militar, detuvieron a 19 personas, incluyendo a su hermano Felipe. Mcgregor era buscado por el general Vinicio Santoyo Feria, quien pensaba que se había quedado con la plaza de tráfico de drogas en lugar de su compadre Gabino Uzueta Zamora.
Después de permanecer en Marbella, España, Mcgregor regresó a México. Llegó primero a la ciudad de Cancún, donde permaneció dos meses. Ahí contactó a Adolfo Mondragón Aguirre, comandante de la Policía Judicial Federal, y al encargado de la plaza de Quintana Roo, Omar Camejo, dueño de la cadena de restaurantes Rincón Yucateco, ubicados en Cancún, Quintana Roo; Mérida, Yucatán, y Guadalajara, Jalisco. Mondragón Aguirre y Omar Camejo controlaban el negocio del tráfico de cocaína: bajaban aviones en pistas clandestinas ubicadas entre Cancún y Tulum.
Mcgregor permaneció dos meses en Cancún; después se fue a Cuernavaca, Morelos, en la colonia Vista Hermosa, donde radicó cuatro meses. Contactó nuevamente a los comandantes de la Policía Judicial Federal, Víctor y José Luis Patiño Esquivel, Amado García y Javier Gómez, quienes brindaban protección a Amado Carrillo Fuentes. Éstos eran gente del exdirector de la Policía Judicial Federal, Adrián Carrera Fuentes, quien brindaba protección al cártel de Juárez a cambio cantidades fuertes de dólares.
Mcgregor recuerda que el 5 de junio de 1988 recibió una llamada telefónica del entonces comandante de la Policía Judicial Federal Guillermo González Calderoni, quien le manifestó que tenía la orden de llevarlo a Guadalajara. Estableció un cerco a su casa de Cuernavaca, y le indicó que se entregara por su bien y el de su familia, en virtud de que se encontraba un proceso pendiente en su contra, relacionado con el operativo militar del que había escapado.
González Calderoni era su amigo y lo convenció de llevarlo a Guadalajara, al penal de Puente Grande, donde se enteró que existían diversos procesos en su contra por delitos contra la salud en sus modalidades de posesión, tráfico, introducción, distribución de marihuana, así como acopio de armas equiparable al contrabando, procesos radicados en el Juzgado Cuarto de Distrito en el estado de Jalisco.
Mcgregor permaneció preso 10 meses, pero salió absuelto de todos los delitos que se le imputaban. Durante ese tiempo, en Puente Grande estrechó relaciones con los narcotraficantes Juan José Quintero Payán, Arnulfo Robles Heras, los hermanos Álvarez Tostado, principalmente el Herford; Miguel y Francisco Quintero Payán, Lito Fernández, Emma Mondragón, jefes del cártel de Michoacán.
Ya fuera de Puente Grande, a principios de 1990, contactó a Víctor y José Luis Patiño Esquivel, jefes de seguridad de los reclusorios Sur y Norte, respectivamente, cuando fungía como director de reclusorios del Distrito Federal Adrián Carrera Fuentes. Les pidió una entrevista con Amado Carrillo, preso en el Reclusorio Sur de la ciudad de México.
Mcgregor se trasladó de Guadalajara a la ciudad de México, donde lo recibió José Luis Patiño, y previa autorización de Amado Carrillo, lo llevó al hotel Paraíso Radisson, propiedad de Rafael Aguilar Guajardo y del propio Amado Carrillo, y logró entrevistarse con Amado en el Reclusorio Sur.
En la entrevista, le pidió ayuda económica para comprar un lote de joyería y empezar nuevamente su negocio. Amado Carrillo le indicó que viera a su compadre Rafael Aguilar Guajardo en Ciudad Juárez, Chihuahua, para que le proporcionara el dinero. Aguilar le prestó 100 mil dólares, con lo que compró un lote de joyas en Nueva York.
De nuevo en Ciudad Juárez, Chihuahua, contactó con Pedro Lupercio Serratos, con quien intercambió parte del lote de joyas por un vehículo Phantom, modelo 1990, así como 50 millones de pesos y 300 mil dólares, con lo que obtuvo otra vez una posición económica solvente.
Lupercio Serratos contra Aguilar Guajardo
En esa ocasión, Mcgregor se dio cuenta de la rivalidad que existía entre Lupercio Serratos y Aguilar Guajardo por el control del cártel de Juárez. Lupercio le pidió a Mcgregor que hablara con su amigo Aguilar Guajardo, a quien el joyero le dijo que Lupercio era casi su hermano, por lo que deberían limar asperezas.
Lupercio Serratos y Aguilar Guajardo limaron sus diferencias y se hicieron amigos, incluso compadres a fines de 1991. Al convivio en el que éste bautizó a la primogénita de Lupercio, llegaron Amado Carrillo Fuentes, quien ya se encontraba libre, acompañado por el comandante de la Policía Judicial Federal, José Luis Patiño Esquivel, encargado de la plaza de Ciudad Juárez, y su hermano Víctor Patiño, junto con Javier Gómez, jefes de la escolta de seguridad del Señor de los Cielos, con 40 gatilleros que portaban armas largas y cortas.
También se encontraban un excapitán del Ejército medio calvo, gordo y chaparro, quien era el segundo de José Luis Patiño Esquivel en la Policía Judicial Federal de dicha plaza. Lupercio Serratos, Aguilar Guajardo y Amado Carrillo, en 1992, se dedicaban conjuntamente a traficar grandes cantidades de cocaína de Colombia por vía aérea.
En junio de 1992, su compadre Pedro Lupercio Serratos lo invitó a Cancún, Quintana Roo, a una reunión que sostendría con Rafael Aguilar Guajardo y Amado Carrillo, en el hotel Coral Beach, propiedad del Señor de los Cielos, a través de sus prestanombres Javier Cordero Estaufer y Héctor Covarrubias Valenzuela.
A la reunión llegó también Guillermo González Calderoni, comandante de la Policía Judicial Federal, quien fungía como director de Intercepción Aérea y Operaciones de la Procuraduría General de la República (PGR). El punto por discutir era sobre el operativo de la llegada de un cargamento de 4 toneladas de cocaína, en cuatro aviones procedentes de la isla de San Andrés, Colombia.
En compañía de su compadre Pedro Lupercio, abordaron tres camionetas Suburban de la PGR. Llevaba el control del convoy un comandante de la Policía Judicial Federal de apellido Ituarte, con 10 agentes, quienes se comunicaban por radio con Guillermo González Calderoni. Éste viajaba en un Cadillac blanco convertible último modelo. Al llegar al aeropuerto de Cancún, Mcgregor y Lupercio se instalaron en la cafetería del primer piso, desde donde se veían las pistas, en espera de la llegada de los aviones con el cargamento de cocaína.
Se simulaba un operativo de la Policía Judicial Federal cuando llegaron cuatro aviones Turbo Comander en intervalos de cinco minutos y se colocaron cerca de la estación de bomberos del aeropuerto, en donde también se encontraba un avión de la PGR en el que había llegado González Calderoni; así como un avión tipo Lear Jet, color azul con blanco, modelo 25, propiedad de Amado Carrillo Fuentes.
Con montacargas, bajaron de los aviones cajas de cartón con leyendas de exportación en inglés, las cuales contenían cocaína. Inmediatamente las introdujeron en un tráiler cubierto con sistema de refrigeración. Mientras realizaban las maniobras, otros sujetos abastecían de turbosina a las naves y les quitaban las matrículas sobrepuestas. El operativo duró 30 minutos. Después los aviones colombianos despegaron en intervalos de cinco minutos.
González Calderoni abordó también el avión de la PGR y despegó. El tráiler con el cargamento de cocaína ya había salido del aeropuerto. Mcgregor, su compadre Lupercio Serratos y su cuñado Jesús, el Chuy, su lugarteniente, abordaron la camioneta Suburban que habían rentado un día antes. Al dirigirse hacia el hotel Coral Beach, Mcgregor le preguntó a su compadre sobre la propiedad de la droga que acababa de llegar, y éste le contestó: “Es de Amado Carrillo, Rafael Aguilar y mía”. La droga se transportaría a Ciudad Juárez, Chihuahua. Le dijo que, cuando la vendieran, le iban a comprar una buena cantidad de joyas, que no se preocupara, que iba a recibir un buen dinero.
Minutos después llegaron al hotel Coral Beach a desocupar las habitaciones, sacar su equipaje y regresar al aeropuerto de Cancún, en donde se percataron que el avión de Amado Carrillo ya no se encontraba. Después viajaron en un vuelo comercial con escala en la ciudad de México y luego a Guadalajara, y de ahí junto con sus esposas a Manzanillo, Colima, a pasar unos días de descanso en una casa de Aguilar Guajardo, ubicada en el fraccionamiento Santiago, a un lado de Las Hadas.
Después Mcgregor viajó a la ciudad de Nueva York a comprar joyería fina a vista (a consignación), para venderla a los narcotraficantes; joyería que introducía en forma ilegal, vía aérea y terrestre, algunas veces por El Paso, Texas.
Más adelante, quedó de común acuerdo con su compadre de verse en tres días en Ciudad Juárez, Chihuahua, por lo que Mcgregor se dirigió a la casa de Pedro Lupercio, ubicada en la Colonia Campestre, de donde los dos partieron hacia la casa de Aguilar Guajardo, la cual se ubica en la misma colonia donde ya se encontraba Amado Carrillo Fuentes, con quien platicaron sobre el viaje a Nueva York y de la joyería.
Le mostró a Amado Carrillo un lote de joyas con un precio de 3 millones de dólares, mismos que aquél pagó en efectivo. Entre las alhajas se encontraba un brillante tipo marquis baguete de 19 quilates, desmontable para pendantif, el cual puede ser montado en anillo y esclava, de 1 millón de dólares; así como un reloj Piaget emperador de 46 quilates, con un costo de 245 mil dólares. A su compadre le vendió 1 millón de dólares en alhajas que pagó en efectivo; a Rafael Aguilar Guajardo le vendió 1 millón de dólares en alhajas, también pagó en efectivo.
Mcgregor y su compadre, de Ciudad Juárez, Chihuahua, se regresaron a Guadalajara, Jalisco, en un avión propiedad de Rafael Aguilar Guajardo, un Lear Jet, modelo 24 color beige, con franjas café. Pedro Lupercio, en ese entonces, controlaba la plaza del narcotráfico de Jalisco. Fueron a recibirlos al aeropuerto agentes de la Policía Judicial Federal, quienes los escoltaron hasta la casa de Pedro Lupercio, ubicada en la colonia Colinas de San Javier.
Durante los siguientes meses, Mcgregor se dedicó a la venta de joyería fina. En noviembre de 1992, hizo una venta de joyería a los narcotraficantes Ramiro Mireles Félix y Pastor Álvarez Félix, por 1 millón de dólares cada uno, para los regalos de navidad de sus familiares.
En esa época, le volvió a vender otro lote de joyería fina a su compadre Pedro Lupercio Serratos, con un costo de 3 millones de dólares, los cuales no le fueron cubiertos en ese momento. Lupercio prometió pagarle hasta febrero de 1993. Al llegar la fecha, ambos se fueron a comer, tomaron bebidas embriagantes y consumieron droga. Discutieron por las joyas. Mcgregor le mentó la madre a Lupercio, lo acusó de ratero y lo amenazó de muerte.
El 29 de enero de 1993, las esposas de ambos intercedieron para que se reconciliaran. Lupercio Serratos mandó a Ignacio Chávez Galván, su socio en las actividades del narcotráfico, para que llevara a Mcgregor al restaurante Los Inmortales, donde habían acordado que le pagaría la deuda.
En el trayecto, a bordo de una camioneta Dodge Ram modelo 1993, color rojo, tripulada por Mcgregor, por la avenida Patria en la ciudad de Guadalajara, varios sicarios a bordo de los vehículos Cheyenne pick up, Cavalier y Century, les dispararon con AK47, cuernos de chivo. Mcgregor inmediatamente se agachó y pudo salir con vida, no así Chávez Galván.
Después del atentado, Mcgregor se trasladó a Ciudad Juárez, Chihuahua, a entrevistarse con Rafael Aguilar Guajardo y Amado Carillo, para solicitarles que intercedieran en su favor y hablaran con Lupercio Serratos, quien insistía en privarlo de la vida. Quería llegar a un arreglo y que le pagara su dinero. La entrevista se realizó en el restaurante El Rodeo, propiedad de Amado Carrillo y Aguilar Guajardo, quienes inmediatamente se comunicaron con Lupercio y le indicaron que llegara a un arreglo con el joyero.
Aguilar Guajardo contra Amado Carrillo
En esa ocasión, Mcgregor se dio cuenta de que había diferencias entre Aguilar Guajardo y Amado Carrillo, pues cuando se comunicaron con Pedro Lupercio le manifestaron que iban a mandar a una persona para que arreglara las pendejadas que hacía.
Mcgregor permaneció en Ciudad Juárez cuatro días. De nuevo en el restaurante El Rodeo, junto con Rafael Aguilar Guajardo, en uno de esos días como las seis de la tarde, llegó Amado Carrillo, quien mediante señas le indicó a Rafael Aguilar que fuera hacia él, a una distancia de 8 metros de la mesa donde se encontraba. Mcgregor observó que Rafael y Amado discutían, por los ademanes que hacían tanto uno como el otro, y que Aguilar Guajardo le dio una cachetada a Amado Carrillo, quien inmediatamente se dio la media vuelta y se retiró del lugar junto con su escolta.
Después de estos hechos, Mcgregor se comunicó con Pedro Lupercio en Guadalajara, quien le dijo que no había problemas con él, que lo único que pedía es que no hablaran mal uno del otro y que el dinero de las joyas se lo pagaría, lo cual Pedro respetó íntegramente, pues en diversas ocasiones había tenido la oportunidad de matarlo.
Poco después, supo que Rafael Aguilar Guajardo había sido asesinado en Cancún, Quintana Roo, el 12 de abril de 1993; Amado Carrillo Fuentes ordenó el asesinato.
Luego Mcgregor se dirigió a la ciudad de México, donde abordó un avión con destino a Cancún para pasar unas vacaciones con su esposa y sus hijos. Permaneció tres días y regresó al punto de partida; se hospedó en el hotel Fiesta Americana del aeropuerto. Por esas fechas, el hotel se encontraba en transición de cambio de propietario y en proceso de auditoría. Mcgregor tenía una caja de seguridad con joyas, donde además le encontraron 500 gramos de cocaína. Después se enteró que se la había puesto el comandante Víctor Patiño Esquivel, quien ya fungía como director operativo de la Policía Judicial Federal.
Por ese hecho, pasó dos meses en el Reclusorio Oriente, procesado por delitos contra la salud, del que salió absuelto. El 3 de enero de 1994, el comandante Javier Gómez le puso en su domicilio de la calle de San Bernardo número 1990, en el Fraccionamiento San Bernardo, Zapopan, Jalisco, 150 gramos de cocaína, por lo que fue consignado y trasladado al Reclusorio Preventivo de la ciudad de Guadalajara, en donde pasó nueve meses. Fue absuelto en septiembre de ese año. Supo que fue porque no les dio dinero y le tendían trampas.
Al salir del Reclusorio, buscó a Amado Carrillo, a través de su hermana Martha Carrillo Fuentes, quien le indicó que el Señor de los Cielos se encontraba en Cuernavaca, que después se comunicaría con él. Se pusieron de acuerdo para verse. Amado le envió su avión a Guadalajara, en el que viajó con su familia a Cuernavaca. Lo recogieron pistoleros de Amado y lo trasladaron al rancho de La Luz, en el municipio de Tecatitlán, cerca del aeropuerto, donde Amado se encontraba con su esposa Sonia y Javier, su cuñado.
Fueron escoltados por 50 personas, entre ellos personal de la Policía Judicial Federal, gente de Víctor Patiño Esquivel, comandados por Javier Gómez. Al día siguiente, regresó en el avión de Amado Carrillo a Guadalajara, no sin antes haberle pedido 50 mil dólares en préstamo que pagaría con joyería.
Cuando Mcgregor salía hacia al aeropuerto, se percató de que el gobernador de Morelos, Jorge Carrillo Olea, iba llegando a la puerta principal del rancho La Luz a bordo de un Marquis color negro, acompañado de cuatro patrullas del estado. El funcionario bajó del vehículo y le dio un saludo afectuoso y un abrazo a Amado Carrillo. Éste le indicó a Mcgregor que se retirara inmediatamente.
Poco tiempo después se enteró que el 24 de diciembre de 1993, Amado Carrillo fue víctima de un atentado en el restaurante Ochoa Bali-Hai, en la ciudad de México, del que salió ileso con toda su gente gracias al apoyo que le brindó el entonces agente del Ministerio Público Pablo Chapa Bezanilla, según lo constató el comandante Javier Gómez, jefe de seguridad de Amado Carrillo.
Mcgregor fue ingresado al Reclusorio de Puente Grande, Jalisco, acusado de secuestro y asociación delictuosa, por el terrateniente Eligio Ramírez. Ingresó en diciembre de 1994. Hizo amistad con los narcotraficantes Juan Pineda Trinidad, Jesús Héctor Palma Salazar, el Güero Palma; Arturo Martínez Herrera, el Texas; José Luis Sosa Mayorga, el Cabezón; Miguel Quintero Payán, Miguel Batiz, con quienes convivió hasta que salió absuelto el 31 de octubre de 1995. Entonces, se trasladó a Monterrey, en donde vivió en el Condominio Capitolio, de la colonia del Valle, departamento 401.
Para el 14 de febrero de 1996, se entrevistó de nuevo con Amado Carrillo en la suite presidencial del hotel Crown Plaza, de la colonia del Valle, en Monterrey, Nuevo León, durante 10 minutos, ya que el Señor de los Cielos se encontraba muy ocupado con algunas personas y se iba a entrevistar con Gloria Trevi, de quien estaba enamorado, por lo cual se retiró del lugar. Antes de retirarse, Mcgregor le vendió a Amado un reloj Rolex Cellini, con incrustaciones de brillantes y rubíes, por 40 mil dólares, el cual pagó en efectivo.
Mcgregor regresó a la ciudad de Guadalajara, Jalisco, y en julio de 1996, se dirigió a la ciudad de México y de ahí a radicar en la ciudad de Querétaro. Casualmente, a finales de octubre de ese año, se encontraba en San Juan del Río su compadre, el general Leandro Rosado Ferrer, quien lo invitó a su casa en Tequisquiapan, en compañía de su esposa, y le comentó que era muy amigo del gobernador del estado, Enrique Burgos García, a quien le propuso verlo para hacer negocios.
El gobernador les comentó de la venta de varios inmuebles propiedad del gobierno del estado, como el estadio de futbol La Corregidora, varias haciendas y hoteles, la antigua Central Camionera y otros que tenía para su venta la inmobiliaria Cronos, con el fin de bajar la deuda interna del estado.
El 15 de noviembre de 1996, Mcgregor se comunicó con la hermana de Amado, Martha Carrillo Fuentes, para informarle que era posible hacer negocios en Querétaro. Amado le dijo que enviaría a su tío Donaciano Carrillo, para analizar la oferta y le indicó que estaba interesado en el estadio La Corregidora. Mcgregor le entregó los planos y le informó el precio: 45 millones de dólares.
A los ocho días, Donaciano Carrillo le dijo a Mcgregor que le interesaba a Amado Carrillo realizar el negocio sobre el estadio de futbol y le indicó que comenzara a hacer los trámites para la compra del inmueble. Mcgregor le pidió a Gerardo Fernández, de la empresa Concretos Presurizados, SA, que fuera el prestanombres para la compra del estadio de futbol; éste aceptó.
El 15 de diciembre de 1996, en Estados Unidos a Amado Carrillo le decomisaron varios millones de dólares, por lo que Donaciano Carrillo habló con Mcgregor para que retrasara la compra del inmueble, y le aseguró que el negocio sí se iba a efectuar, ya que tenían interés de invertir en Querétaro, porque Amado Carrillo era muy amigo de Fernando Ortiz Arana, candidato a la gubernatura.
Para el 20 de diciembre de 1996, Amado Carrillo visitó a Mcgregor en su casa de Paseo de Jurica 423, en Querétaro. Llegó a bordo de un vehículo Ford Lincoln color dorado, y seis o siete vehículos más como escolta. Le dijo que estaba muy interesado en la compra del estadio de futbol, y le pidió que retrasara la operación.
Durante los festejos de la boda de la hermana de Amado Carrillo en el municipio de Navolato, Sinaloa, en enero de 1997, elementos del Ejército Mexicano intentaron detenerlos, lo cual motivó que Mcgregor perdiera comunicación con todos ellos. Donaciano lo recontactó y le dijo que consiguiera la cita para entregar el anticipo del dinero para la compra del estadio de futbol el viernes 28 de febrero, fecha que Mcgregor cambió al 3 de marzo. La operación nunca se realizó.
Para el 16 de mayo de 1997, el testigo Tomás Colsa Mcgregor siguió proporcionando datos claves de la estructura y funcionamiento del cártel de Juárez de Amado Carrillo. Después de haber sido puntal del llamado “maxiproceso”, fue asesinado el 5 de julio de 1997, en la ciudad de México, cuando bajaba de un camión, un día antes de la muerte del Señor de los Cielos.
El Señor de los Cielos, protección y estructura financiera
De acuerdo con la versión testimonial de Tomás Colsa Mcgregor, rendida ante el Ministerio Público, entre los comandantes que brindaban protección a cambio de dinero a Amado Carrillo figuran: Chao López, Heriberto Garza, Adrián Carrera Fuentes, Víctor Patiño Esquivel, José Luis Patiño Esquivel, Guillermo González Calderoni, Javier Gómez, José Antonio García Torres, Mario Alberto Torrijos Rascón, Bernardo González Urtusuástegui, Francisco Antonio Bejos Camacho, Daniel Zárate Rodríguez, Fidel Jorge Botello Sandoval, César Jorge Pérez Pérez, Benjamín García Álvarez, Miguel Silva Caballero, Gustavo Luz, Edgar Antonio García Dávila.
Así como sus cómplices: Pastor Álvarez Félix, Miguel Gastelum, Clemente Soto, Filiberto Lupercio Serratos, Ramiro Mireles Félix, Arnulfo Robles Heras, los hermanos Álvarez Tostado (José y el Herford), Miguel Caro Quintero, los hermanos Muñoz Talavera, José Luis Sosa Mayorga, Jesús Héctor Palma Salazar y Arturo Herrera Martínez.
Otros elementos de la Policía Judicial Federal que brindaban protección a los narcotraficantes, eran los comandantes Adolfo Mondragón Aguirre, Guillermo González Calderoni, Gustavo Luis Tijerina, Salvador Peralta Pérez, Daniel Zárate Rodríguez; el comandante Fernando Ramírez y Lucio Puente, de la Policía Federal de Caminos.
Todos eran protegidos por elementos del Ejército Mexicano, como el general Óscar Sánchez Suazo, y el teniente coronel Javier Pérez Patiño. Con todos ellos, Mcgregor convivió en una fiesta celebrada en el rancho Santa Anita, Jalisco, con motivo del cumpleaños de Guadalupe Quintero Payán, hermana de Juan José Quintero Payán.
En la ciudad de Monterrey, Leopoldo Rodríguez Rentería, subdelegado de la Policía Judicial Federal, y el comandante Javier Gómez, así como el general del Ejército Mexicano Jorge Maldonado Vega, operaban como jefes de seguridad de Amado Carrillo.
La estructura financiera
De la estructura financiera de Amado Carrillo Fuentes, Mcgregor reveló que su administrador y prestanombres era Eduardo González Quirarte, alias el Flaco, quien se encargaba del dinero producto del narcotráfico. Su hermano, René González Quirarte, era el responsable de realizar las compras de armamento y aparatos de radio comunicación en Estados Unidos. Otros prestanombres eran los hermanos Héctor, José y Juan Arturo Covarrubias Valenzuela, este último era presidente del Banco Industrial de Jalisco. Otro prestanombres de Amado Carrillo era Arcadio Valenzuela, exdueño del Banco del Atlántico, tío de los hermanos Covarrubias Valenzuela.
Ricardo Gómez Palomera, quien tiene su domicilio en la calle Paraíso número 15, Colonia Colinas de San Javier, Zapopan, Jalisco, manejaba las cuentas financieras de Amado Carrillo, de Filiberto Lupercio Serratos y Eduardo González Quirarte, en bancos de El Paso, Texas, a nombre de sus respectivas esposas.
Mcgregor dijo conocer las propiedades de Amado Carrillo Fuentes y que aparecen a nombre de estas personas, como el edificio del Banco Industrial de Jalisco, ubicado en la avenida Chapultepec, esquina con Hidalgo, sector Reforma; el Eurohotel, de avenida Lázaro Cárdenas y Mariano Otero, sector Juárez; las concesionarias automotrices de Chrysler Motor Mexa, ubicadas en avenida Vallarta de Guadalajara, Jalisco; así como las concesionarias de Chevrolet Coval de Jalisco, Colima y Sinaloa.
También los restaurantes El Rodeo, ubicados en Guadalajara y en diferentes partes del norte de la República; los hoteles Coral Beach, de Cancún, Quintana Roo; Fiesta Americana y Los Tules, de Puerto Vallarta, en sociedad con Javier y Eduardo Cordero Estaufer; los hoteles Villa Bejar de Cuernavaca y Tequesquitengo, Morelos.
Amado Carrillo tiene en propiedad tres aviones, el Lear Jet, modelo 25, color blanco con azul, con matrícula mexicana; una aeronave tipo Beach Kraf, color café con beige; un Lear Jet modelo 24, color beige, con franjas café, que Mcgregor vio estacionados en el aeropuerto de Cuernavaca, Morelos.
De los inmuebles propiedad de Amado Carrillo ubicados en Zapopan, Jalisco, mencionó los de avenida Mayas número 3333, calle Santa Rita, número 614, colonia Santa Rita; Circuito Madrigal 2014, colonia Colinas de San Javier; calle Loma Ancha 1301, colonia Lomas del Valle; avenida San Gerardo número 10, Fraccionamiento Valle Real; Manuel Acuña 3362; Paseo de la Nobleza número 1392, colonia Santa Rita; y en Paseo de Prado 1381, Lomas del Valle; así como en Tomás Balcázar número 1514, Fraccionamiento Arboledas, en Guadalajara, Jalisco. (JR)

Por Jose Reyez

Post.RLB. Punto Politico.

mayo 21, 2010

El crimen Paulette, un caso para Edgar Allan Poe o un escándalo como el de Wilma Montesi

El caso de la muerte de la niña Paulette Gebara Farah representó, con la pena del incidente, un desafío a la inteligencia política, a la indagación penal, e hizo traer a la memoria la urgencia de que México tenga laboratorios policiales como los de CSI o “detectives médicos”.
Pero al mismo tiempo hizo recordar las grandes novelas y cuentos de enigmas criminales y policiacos: Gaston Leroux, Edgar Allan Poe, Agatha Crhistie, Arthur Conan Doyle, George Simenon y hasta JP.D. James, además de algunas partes de Mankell y Patricia Cornwell. Todos ellos basaron sus personajes en la capacidad de raciocinio y abrieron una veta de la indagación criminal de la inteligencia.

Los datos esenciales del caso Paulette acortan la lista: una niña fue denunciada desaparecida de su habitación y su cuerpo “aparece” nueve días después en la misma habitación cerrada. Se trata, pues, de un enigma criminal en un cuarto cerrado. El cuento más famoso --el venero de todos los demás-- es el de Poe: “Los crímenes de la calle Morgue”, publicado en 1841, porque la indagación y la solución se hace en base a puro razonamiento intelectual. En ese cuento desarrolla Poe lo que sería su propuesta de la indagación de la inteligencia y desdeña los métodos policiacos por protocolarios y hasta ineficientes.
La historia de Poe es sencilla: en los diarios se publica la noticia de dos espantosos asesinatos en el cuarto piso de una casa. Dos mujeres fueron horrorosamente asesinadas, una apareció empotrada en el tiro de la chimenea y otra en el patio al pie de la ventana. Pero el asunto enigmático fue que se trataba de una habitación cerrada por dentro. En ese cuento aparece el detective C. August Dupin, una mente racional que vivía de la ayuda de sus amigos. Sin involucrarse en métodos policiacos y sólo a partir de la observación y el razonamiento intelectual, además del estudio directo de la escena del crimen, Dupin resuelve el misterio. Dupin fue un detective inventado por Poe, pero sólo apareció en tres cuentos. Doyle comenzó a publicar las historias de Holmes un poco más de cuarenta años después de Poe. Además, se trata de dos mentalidades diferentes: la francesa y picaresca de Dupin y la flemática de Holmes.

Dupin reflexiona en voz alta, con el narrador del cuento que podría ser el propio Poe en papel de asistente de Dupin, también con mucho de Poe; es decir, Poe frente al espejo. A partir de razonamientos de la inteligencia, Dupin resuelve el enigma del crimen en una habitación cerrada por dentro. Los razonamientos de Dupin podrían ayudar ahora en el caso Paulette:
Al haber resuelto el enigma de los crímenes en la calle Morgue, Auguste Dupin ironizó sobre el comisario que había presentado una solución falsa y puramente policiaca: “no hay fibra en su ciencia; todo en él es cabeza, más sin cuerpo, como las pinturas de la diosa Laverna, o, mejor decir, todo cabeza y espalda, como el bacalao. Sin embargo, es una buena persona. Le aprecio particularmente por un golpe maestro de afectación, al cual debe su reputación de hombre de talento. Me refiero a su modo de negar lo que es y explicar lo que no es”, cita por cierto de Rousseau. Dupin, desdoblamiento intelectual del propio Edgar Allan Poe en su fase de maestro del enigma y del razonamiento intelectual, había reflexionado sobre los dos horrendos asesinatos en el cuarto piso de una casa de la calle Morgue. En su explicación a su amigo --una especie del Dr. Watson de la novela inglesa del amigo de Sherlock Holmes--, Dupin aporta algunas claves del razonamiento de su indagatoria:
--La policía parisina, tan alabada en su penetración, es muy astuta pero nada más. No procede con método, salvo el del momento. Toma muchas disposiciones ostentosas, pero con frecuencia éstas se hallan mal adaptadas a su objetivo… Los resultados obtenidos son con frecuencia sorprendentes, pero en su mayoría se logran por simple diligencia y actividad. Cuando éstas son insuficientes, todos sus planea fracasan.
-El inspector Vidocque… dañaba su visión por mirar el objeto demasiado cerca. Quizá alcanzaba a ver uno o dos puntos con singular acuidad, pero procediendo así perdía el conjunto de la cuestión. En el fondo se trataba de un exceso de profundidad, y la verdad no siempre está dentro de un pozo.
--Creo que, en lo que se refiere al conocimiento más importante, es invariablemente superficial. La profundidad corresponde a los valles, donde las buscamos, y no a las cimas montañosas, donde se le encuentra.
--En cuanto a esos asesinatos (de la calle Morgue), procedamos personalmente a un examen antes de formarnos una opinión.
Luego de un examen de la escena del crimen, Dupin regresó a sus reflexiones:
--Tengo la impresión de que se considera insoluble este misterio por las mismísimas razones que deberían inducir a considerarlo fácilmente solucionable; me refiero a lo excesivo, a lo outré (algo así como extraño, bizarro) de sus características. La policía se muestra confundida por la aparente falta de móvil, y no por el asesinato en sí, sino por su atrocidad.
--(Los policías) han caído en el grueso pero común error de confundir lo insólito con lo abstruso (de difícil comprensión para la inteligencia). Pero justamente a través de esas desviaciones del plano ordinario de las cosas, la razón se abrirá paso, si ello es posible, en la búsqueda de la verdad. --En investigaciones como la que ahora efectuamos no debería preguntarse tanto “qué ha ocurrido”, como “qué hay en lo ocurrido que no se parezca a nada ocurrido anteriormente”. En una palabra, la facilidad con la cual llegaré o he llegado a la solución de este misterio se halla en razón directa de su aparente insolubilidad a ojos de la policía.

--En general, las coincidencias son grandes obstáculos en el camino de esos pensadores que todo ignoran de la teoría de las probabilidades, esa teoría a la cual los objetivos más eminentes de la investigación humana debe en los más altos ejemplos.
--Mi intención consiste en demostrarle, primeramente, que el hecho (la hipótesis de cómo el asesino abrió la ventana y la dejó sellada por dentro) pudo ser llevado a cabo; pero en segundo lugar, y muy especialmente (cursivas de Poe), insisto en llamar su atención sobre el carácter extraordinario, casi sobrenatural, de ese vigor capaz de cosa semejante.
--Usando términos judiciales, usted me dirá sin duda que para “redondear” mi caso debería subestimar y no poner de tal modo la evidencia de la agilidad que se requiere para dicha proeza. Pero la práctica en los tribunales no es la de la razón. Mi objetivo final es tan solo la verdad. Y mi propósito inmediato consiste en inducirlo a que se yuxtaponga la insólita agilidad que he mencionado con esa voz tan extrañamente aguda --o áspera-- y desigual sobre cuya nacionalidad no pudieron ponerse de acuerdo los testigos y en cuyos acentos no se logró distinguir ningún vocablo articulado.
Y ante la hipótesis del robo por la existencia de monedas en oro, Dupin hace ver que el oro fue abandonado. Razona:
--Le pido, por tanto, que descarte de sus pensamientos la desatinada idea de un móvil, nacida en el cerebro de los policías por esa parte del testimonio que se refiere al dinero entregado en la puerta de la casa. Coincidencias diez veces más notables que ésta ocurren a cada hora de nuestras vidas sin que nos preocupemos por ellas. En general, las coincidencias son grandes obstáculos en el camino de esos pensadores que todo lo ignoran de la teoría de las probabilidades, esa teoría a la cual los objetivos más eminentes de la investigación humana deben los más altos ejemplos.
Dupin analiza los puntos que habían llevado a la policía a un callejón sin salidas: la voz singular escuchada por todos, la insólita agilidad del asesino, la fuerza para dañar y la sorprendente falta de móvil “en un asesinato tan atroz como éste”.
Al ganarle la partida al inspector de policía, Dupin describe su victoria con una frase demoledora: “nuestro amigo el prefecto es demasiado astuto para ser profundo”.
El método de Dupin fue comenzar por el razonamiento de los hechos inexplicables para, al hacerlos explicables, encontrar la solución. Al comienzo de su cuento, Poe interviene como narrador anónimo: “el poder analítico no debe confundirse con el mero ingenio, ya que si el analista es por necesidad
ingenioso, con frecuencia el hombre ingenioso se muestra notablemente incapaz de analizar”.
La literatura de enigma policial ha sido siempre un desafío para los periodistas investigadores. Antes de morir, el columnista Manuel Buendía se pasaba horas releyendo el cuento “Ataúdes tallados a mano”, de Truman Capote, basado en una historia real, para descubrir al asesino. Si mal no recuerdo, Buendía llegó a la conclusión de que el asesino era el policía que investigaba el caso. Habrá que releer a Capote. El poder de investigación de los periodistas se basaba en el hecho de que la puerta de entrada al periodismo práctico era justamente la fuente de información policiaca. Los reporteros tenían que pasar unos meses en temas policiacos para aprender métodos de investigación, una práctica, por cierto, ya desaparecida. En aquellos tiempos, Buendía trabajaba de reportero de policía en La Prensa y competía con los detectives en la investigación de algunos crímenes.
Todo reportero de policía que se respete tiene en el centro de su actividad los casos de asesinatos en habitaciones cerradas. Quizá, en el fondo, porque representan un desafío a la inteligencia y por la fascinación del crimen en sí mismo. Al final de cuentas, como lo estableció Thomas de Quincey, el asesinato puede considerase como “una de las bellas artes”: “en los crímenes del circo, la mano que asesta el golpe mortal está tan teñida de sangre como la de quien contempla pasivamente el espectáculo; ni puede estar libre de mancha quien tolera el derramamiento ni puede exculparse del asesinato quien aplaude al asesino o recoge los premios en su nombre”. De Quincey deja entrever el asesinato como un espectáculo de masas, hoy potenciado por el papel activo de los medios de comunicación y las redes sociales cibernéticas.
La mediatización de conflictos criminales no es nueva. El caso Paulette creció en los medios y en el twitter, no para aportar elementos sino para ejercer presión sobre las autoridades. Y luego vinieron las interpretaciones e hipótesis de los propios medios, cada uno planteando sus dudas y sus propuestas sobre el crimen.

No sería la primera vez ni la última. En su libro Política y delito, el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger cuenta la historia del caso de Wilma Montesi, una italiana que apareció muerta en abril de 1953, a la que se determinó muerte por accidente y luego involucró la hipótesis de un crimen para esconder las relaciones perversas del crimen organizado con los altos mandos de la política italiana de la Democracia Cristiana. El suceso fue calificado por los medios como “El caso del siglo” y de hecho duró casi cinco años por presión de los propios medios con argumentos hipotéticos que nunca pasaron la prueba de los procedimientos judiciales. El mismo caso fue narrado en 1955 por el escritor Gabriel García Márquez en un texto largo de casi sesenta páginas --“El escándalo del siglo”-- del libro De Europa a América. Obra periodística 3. 1955-1969, y ahí también refiere la presión de la prensa para evitar el carpetazo a la investigación.
Enzensberger aporta alguna idea más integral del asunto. “En la investigación del crimen la sociedad se investiga a sí misma. De aquí el enorme interés con que en Italia es seguido un gran “caso” por obreros e intelectuales, por ciudadanos y campesinos, por pobres y ricos. Todos ellos intentan descifrar algo en él (el crimen), lo que constituye su habilidad propia.

Como en todo gran crimen que conmueve al país, también en el caso Montesi, en el caso de la muchacha ahogada, en el “proceso del siglo”, es Italia la que se procesa a sí misma”. Las indagatorias profundizaron hipótesis y datos, pero al final, señala Enzensberger, prevaleció el vicio social de Italia (y toda sociedad que se respete): “el rumor y el dossier”. Todo ciudadano se convirtió en inspector de policía, detective e investigador judicial. Al final, el sistema judicial concluyó lo obvio: “los rumores no son pruebas”. Sin embargo, los rumores se convirtieron en hipótesis y éstas se siguieron como pesquisas pero con objetivos concretos a comprobar. Y más cuando uno de los principales sospechosos del crimen era el hijo del ministro de Asuntos Exteriores.
Por cierto, la primera punta del hilo, cuando nadie prestaba atención al caso de una joven que apareció ahogada, de la hipótesis del crimen apareció en un medio impreso: una caricatura con una paloma mensajera que tenía en el pico una liga femenina de las que se colocan en el muslo. La liga había sido señalada como pista extraña en el caso, pues el padre de Montesi declaró que el cadáver de su hija no tenía justamente la liga que ella usaba. Y el otro dato no fue difícil de interpretar: en el idioma italiano, la palabra paloma mensajera se escribe como piccioni y Piccioni era justamente el apellido del canciller, cuyo hijo fue inmediatamente señalado como responsable del crimen.
Al final, los medios quedaron atrapados en un caso inflado por ellos mismos. Concluye Enzensberger: “los rumores no son pruebas. El ministerio público tiene que saberlo., ¿Cómo fue posible que un fiscal, basándose en tan insuficientes pruebas, pudiese formular acusación contra hombres como el hijo de un ministro, como el jefe de la policía de Roma? A esta pregunta sí puede responderse fácilmente. Cuando Piero Piccioni (hijo del canciller) fue detenido, Italia se hallaba al borde de la revuelta y de la guerra civil. La presión de la opinión pública era aplastante. Pero ¿cómo iba a canalizarse esa presión?” Al final Piccioni fue declarado inocente. Y el caso quedó como sin solución. Agrega Enzensberger: “esta pregunta nos lleva a la verdad de este proceso, tan plagado de mentiras. El pueblo italiano creyó cada palabra que dijo Anna Maria Caglio (una testigo inflada por una revista) y no por otra cosa sino porque la mitómana Juana de Arco, “la muchacha del siglo”, inculpaba del asesinato al hijo de un ministro. Italia estaba dispuesta a creer todo lo que iba en contra de su clase gobernante”. Así, “la muchacha ahogada fue sólo un pretexto, un pretexto largo tiempo esperado para ajustar cuentas con un orden social cuyo eventual exponente fueron los acusados de este proceso. Los acusados, agrega, fueron inocentes de los cargos de asesinato, pero “culpables lo fueron únicamente por pertenecer a aquéllos a quienes se refería Italia al pedir a voces su detención. Y para esta culpa no hay absolución posible”. Los acusados salieron libres, Italia regresó a su tranquilidad y sólo Wilma Montesi quedó a la espera de una justicia que no ha llegado.
De ahí la única conclusión posible: ¿será Paulette la víctima propiciatoria que espera México en su fase de descomposición policiaca, criminal y social? ¿Se indigna la sociedad por Paulette como una forma de indignarse consigo misma? ¿Será Paulette el fenómeno mediático del Chupacabras que fue inventado en tiempos de la presidencia de Carlos Salinas para distraer la atención social? ¿Será el pánico social y la indagación popular el sucedáneo de la estabilidad perdida? ¿Y qué vendrá después de Paulette?

Por Carlos Ramirez.
Post RLB.Punto Politico.

mayo 17, 2010

La doble vida de Marcial Maciel

Maciel se las arregló para tejer una gran red de turbias complicidades con líderes políticos y económicos con miras a acrecentar su poder e influencia, donde el gancho radicaba en su personalidad mística y en su discurso de pureza redentorista.

El año pasado, el Papa Benedicto XVI revocó, en una acción sin precedentes en la historia del papado, dos votos internos —votos que hacen los agremiados de una orden religiosa ante la orden misma y no propiamente ante El Vaticano— particulares a la Legión de Cristo: uno pedía nunca desear, buscar o cabildear la obtención de responsabilidades o posiciones jerárquicas en la congregación para sí mismo o para otros y, el segundo, nunca criticar al exterior los actos de gobierno o la persona de ningún directivo o superior de la congregación de palabra, letra o de ninguna otra forma. De tener la certeza que algún hermano hubiera roto esta promesa, debía informársele sin demora al superior inmediato del trasgresor.
Esta omertá —la negación o el silencio externo y la demonización interna ante los críticos— ha sido estrategia fiel de la Legión de Cristo: incluso cuando Benedicto XVI condenó en mayo del 2006 a Maciel “a una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a todo ministerio público”, la Orden intentó una fachada de dócil inocencia como evasiva al castigo papal, afirmando que: “En relación con la noticia de la conclusión de la investigación de las acusaciones hechas al P. Marcial Maciel, nuestro venerado padre fundador, la Congregación de los Legionarios de Cristo informa (…) Ante las acusaciones hechas en su contra, él afirmó su inocencia y siguiendo el ejemplo de Jesucristo optó siempre por no defenderse de ninguna manera (…) Él, con el espíritu de obediencia a la Iglesia que siempre lo ha caracterizado, ha aceptado este comunicado con fe, con total serenidad y con tranquilidad de conciencia, sabiendo que se trata de una nueva cruz que Dios, el Padre de Misericordia, ha permitido que sufra y de la que obtendrá muchas gracias para la Legión de Cristo y para el Movimiento Regnum Christi”.
Esa fachada de santa infalibilidad se desmoronó cuando los blogs Ex LC Blog, Life alter LC y American Papist destaparon el lunes 2 de febrero que “hoy, el P. Scott Reilly, LC, director territorial de Atlanta, Georgia, le anunció a quienes trabajan en esa dirección territorial de la Legión de Cristo que Marcial Maciel tuvo una amante, procreó con ella al menos un hijo y vivió una doble vida”. La noticia fue prontamente recogida por los principales diarios del mundo.
Lo cierto es que, de acuerdo al New York Times y a testigos presenciales que pidieron el anonimato, Corcuera y otros altos líderes de la Orden tenían ya semanas de acercarse a sus seguidores más fieles para informarles del hecho. Pero no hay indicio de que pensaran hacerlo público o, cuando menos, no pronto.
En palabra de Jim Fair, su vocero: “Hemos descubierto algunas cosas de la vida de nuestro fundador que son sorprendentes y difíciles de entender. Podemos confirmar que hubo aspectos de su vida inapropiados para un sacerdote católico”.
A la fecha las versiones recurrentes son que Maciel tuvo al menos una hija que hoy tendría cerca de 22 años y que durante todo ese tiempo Maciel canalizó sumas de dinero desconocidas a esa familia. Según el NYT, el padre Steven Fichter, quien dejara la orden hace 14 años y antes fuera su financiero en jefe, dijo que le informó tres años atrás —en las postrimerías de la sentencia de reclusión— al Vaticano que cada vez que Maciel viajaba fuera de su casona de Vía Aurelia, en Roma, le pedía 10 mil dólares en efectivo; 5 mil en dólares y 5 mil en la moneda del país a donde se dirigía. Cuestionado sobre cómo justificaba el fundador esos gastos, Fichter contestó: “Los Legionarios vivíamos en pobreza; si alguno salía y compraba una pluma bic y una barra de chocolate, tenía que reportar los recibos. Pero para el padre Maciel jamás hubo ninguna contabilidad. Siempre era efectivo, sin rastro electrónico. Y como era este héroe extraordinario para nosotros, jamás lo cuestionamos; ni por un segundo. Maciel era el héroe mítico que vivía en un pedestal y que tenía todas las respuestas. Cuando te haces legionario, debes leer cada carta que él escribió, como 15 o 16 volúmenes”.
Hoy la Orden, en contradicción con sus prácticas habituales —la negación de la crítica y el desprecio para quienes no abrazan el discurso, la hostilidad o el ostracismo abierto para quienes renuncian a éste y el culto a la personalidad de Maciel— acepta, renuente pero públicamente —la carta abierta de Corcuera, disponible en el sitio web de la Orden, es una antología de vaguedades—, que Marcial Maciel, “Nuestro Padre”, como ellos le llaman con reverencia, tuvo una amante y una hija con ésta. Pero de las añejas acusaciones de abuso sexual y de su adicción a la Dolantina —un derivado de la morfina—, ni una palabra. La pregunta es: ¿Por qué hoy acepta la Orden cuando menos ese pecado si siempre negó los demás?

Quizá porque es difícil probarle al fundador el abuso de sustancias o el de menores, a pesar de numerosos indicadores de lo contrario: allí están los inocentes rumores entre la congregación femenina respecto a los muchos dolores que padecía “Nuestro Padre” y que “ni las drogas más fuertes” podían curar, y los testimonios de los vejados. Pero las pruebas de ADN hacen de la paternidad algo comprobable más allá de cualquier duda: todo apunta a que la atípica confesión de falibilidad obedece, más que al deseo de limpiar la casa, a la necesidad de “enfrentar en mejor posición una posible demanda por la herencia”, como dijo el experto en antropología de las religiones Elio Masferrer a AFP el jueves 6. Una demanda por la herencia o un chantaje millonario a manos de alguien que sabe tanto de las abultadas arcas de la orden como de la doble vida de Marcial Maciel.

Pero procrear una hija es el menor de los pecados de Maciel. Porque la Legión, con sus 800 sacerdotes con presencia en 22 países y más de 50 mil miembros arropados por su brazo laico, el Movimiento Regnum Christi, ha sido comparada con los cultos religiosos más fanatizantes y denunciada no pocas veces, aunque nunca en México, por “lavado de cerebro” y abuso de confianza. Apenas el pasado junio, Edwin F. O’Brien, el arzobispo de Baltimore, quiso expulsarlos de su diócesis por “falta de transparencia en sus operaciones”, pero fue convencido por oficiales vaticanos de imponerles en vez medidas de control restrictivas.
Maciel se las arregló para tejer una gran red de turbias complicidades con líderes políticos y económicos con miras a acrecentar su poder e influencia, donde el gancho radicaba en su personalidad mística y en su discurso de pureza redentorista, muy similar al del fascismo franquista que el michoacano tanto admiraba. Y en México, mejor que en ningún otro lado, el fenómeno floreció: la Legión capitalizó el hueco dejado por los jesuitas entre las clases dominantes —su interés en la teología de la liberación era mal visto por éstas— entrando en la intimidad de los poderosos al ofrecerles un justificante de vida donde la posición económica no era una tara para llegar al cielo —el proverbial ojo de la aguja—, sino una gracia que permitía salvar y salvarse. La entrega incondicional a la agenda de la Orden estaba imbricada en el discurso: de allí la necesidad de divinizar la figura del fundador, recibido con gritos, ahogos y desmayos —como un rock star— por un público mayoritariamente femenino: nadie debía dudar de la santidad de “Nuestro Padre”. Él mismo lo dicen en Mi vida es Cristo: “Mi lucha ha tenido un sentido: Cristo crucificado. Sí, creo que he podido sufrir por las diversas pruebas que Dios ha permitido en mi vida. No niego esto. Pero he visto otros muchos hombres sufrir sin ningún sentido, y creo que es lo peor que puede suceder a un hombre. Con la ayuda de Dios y por gracia suya, yo he podido dar un sentido a mis luchas. Y, por esto, siempre me he considerado agraciado, verdaderamente afortunado y he procurado, en la medida de mis limitaciones, ayudar a esos hombres que sufren sin saber por qué, dándoles una razón para vivir y sufrir”.
El juego social parapetaba el discurso: al estar comprometidos con la Legión los principales capitales de México, una manera rápida de entrar a ese mundo era a través de su venia: la adhesión incondicional hacia la Orden ofrecía acceso, por recomendaciones y en “grupos de oración” selectos, a las familias más poderosas del país. Quien no estaba por convicción o por interés lo hacía por miedo: enfrentarse a los Legionarios implicaba, hasta hace muy poco, el ostracismo en un país donde la seguridad financiera pasa más por los contactos que por el talento. Eso explica la feroz aunque irracional defensa —y la renuencia con que la Legión ha tomado la revelación de su engaño— de quienes hacen de la Orden y de Maciel su modo de vida, como se ve en estas líneas firmadas por Lucrecia Rego de Planas, directora de catholic.net, sitio regenteado por la Legión:
“Ayer, 4 de febrero, sin que nadie se lo esperara, apareció de repente, como salida de la nada, una hija del P. Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Fue la gran noticia a ocho columnas que recorrió las rotativas del mundo entero (…) no puedo negar que eso me ha hecho sentirme un poco celosa, pues... yo no saldré publicada en todos los diarios (tal vez en ninguno) y ¡también soy hija del P. Maciel! No llevo su sangre en mis venas (por eso no soy noticia), pero gran parte de lo que soy (casi todo) se lo debo a él. Sí, el P. Maciel es mi padre (Nuestro Padre, como cariñosamente le llamamos los miembros del Regnum Christi) (…) mi cerebro está lleno de los pensamientos que él me enseñó; mis palabras están contagiadas de las palabras que desde niña leí en sus cartas, al grado que a veces confundo las suyas con las mías; mi espiritualidad es la espiritualidad que él me enseñó a desarrollar; mi vida de oración es tal como él me enseñó a orar; mi corazón siente tal como él me enseñó a sentir, siempre poniendo a los demás antes que a mí (…) Soy, sin lugar a dudas, una auténtica hija del P. Maciel”.
¿Quiénes hicieron posible la doble vida de Marcial Maciel, su florecimiento y su longeva impunidad? Sin duda la Iglesia, en particular la de Juan Pablo II que, conociendo los pecados de Maciel, los dejaba pasar en aras de las cuantiosas aportaciones, en efectivo y en almas, que la orden le hacía en tiempos cuando las devociones y vocaciones caían. También está la Legión misma, eficiente estructura que, a pesar del tibio mea culpa, aún se aferra a los vicios y cánones propios del fundador. Pero igual son culpables quienes prefirieron callar el deficiente nivel académico de sus escuelas con miras a frecuentar a las familias ilustres inscritas en sus aulas; los líderes sociales que hicieron propia la superioridad moral de una orden que los aglutinó en la arrogancia de sentirse elegidos; las autoridades que aceptaron protegerlos o solaparlos para evitar enfrentamientos con sus protectores; los que vendieron su pluma, palabra y convicciones a cambio de reconocimiento o de dinero; los empresarios que usaron su músculo para favorecer a la Legión con miras a aquietar la conciencia; los que cerraron los ojos ante las agresivas prácticas de reclutamiento y de control que, hasta la fecha, rayan en el abuso psicológico. Porque, sí, Maciel era un fraude, un estafador, uno que dejó muchas víctimas a su paso. Pero tuvo cómplices. Muchos cómplices.

por Roberta Garza

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